Caracas, la de los techos rojos de principios del siglo veinte, plena de romanticismo, con una identidad forjada por ilustres venezolanos que la habitaron, la amaron y fueron transformando su origen rural y pueblerino hasta convertirla en una ciudad con un contexto compatible al de otras capitales relevantes de Latinoamérica.
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Antonia Palacios |
Allí, en 1904, nace Antonia Palacios en el seno de una familia de vieja tradición patriótica. Entre sus ascendientes está El Libertador, quien poseía como segundo apellido el de Palacios. Luego un alemán apellidado Caspers contrae matrimonio con una hermana de Ezequiel Zamora y también esta unión forma parte de su árbol genealógico en que notamos se distingue un pasado de gente dada a la aventura y la resolución.
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Plaza la Candelaria de Caracas en la actualidad |
Nació en una casona de las de aquellas amplias y señoriales construcciones del siglo XIX. Quedaba exactamente frente a la Plaza La Candelaria, (lugar para nosotros entrañable, que habitamos al llegar a Venezuela hace 35 años) la misma que todavía pone un toque de verdor y de alegre presencia infantil en el centro de una Caracas, hoy terrible y bulliciosa.
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Iglesia La Candelaria, frente a la plaza homónima |
Allí llegaba con solo cruzar la angosta, silenciosa, otrora apacible acera y calzada que la separaba de su casa, para jugar, reír, cantar, bailar y a la vez compartir con su hermano Inocente y otros niños del lugar. De esas vivencias propias de la infancia, es donde Antonia Palacios se va nutriendo con los elementos que la irán formando hasta llegar a la adolescencia y allí empezar a manar en el intelecto, su talento narrativo y poético con sus primeras líneas escritas.
Luego llevando a la ficción esos mismos sucesos de su infancia, en aquella parroquia emblemática de Caracas, donde ahora abundan los restoranes de la comida hispana, es que escribe su primera y mejor lograda novela: “Ana Isabel, una niña decente”, que publicara en 1949. Esta obra tiene mucho de autobiográfica, que en la ficción va intercalando chispazos de realidad propia y ajena. A la vez queda un mensaje, una reflexión sobre el paso de la niñez hacia la adolescencia y la adultez.
Todo ello se trasmite con mucho sentimiento y poesía. Su narrativa es dinámica y expresiva, revela la emoción grata o triste que produce el descubrir en su conciencia la realidad de la vida. Ana Isabel muestra el sufrimiento ahogado de los niños, ante los sucesos irremediables de la existencia. Así se evidencia cuando ocurre la muerte de su abuelo, un hecho inesperado, doloroso en extremo y lo simula en si misma, para asumirlo y comprenderlo. Es entonces, que el personaje se expresa de este modo en la novela:
“…¡Estoy muerta! ¡Estoy muerta! ¿Por qué habrá de morir..? Ana Isabel no ignora que se mueren los pájaros, y el burro del panadero se murió y tuvo éste que enganchar otro burro al carro del pan. Se mueren los perros (…) se mueren las hormigas. Ana Isabel las mata, es decir, las mataba, porque ya no lo hace desde que supo que la muerte es quedarse quieta para siempre”.
La naturaleza condiciona los estados de ánimo de Ana Isabel. En la descripción del tiempo atmosférico participan las matas, los peces y los pájaros; todo se arremolina entre las construcciones, las cosas, los elementos y su misma presencia y la autora describe con exquisita lírica en que la prosa se vuelve poesía:
“…Una nube negra y pesada oculta el sol. La trinitaria del patio adquiere un rojo sombrío. Los pececitos han dejado de girar y están todos unidos en un solo grupo, temblando bajo el agua. De la boca del cupido de cemento se escapa un hilillo de agua que traza circunferencias sobre la tranquila superficie de la pila. En la casa de los Alcántara, en la penumbra de la galería, Ana Isabel llora con un llanto suave, tenue, casi un susurro… Cuando el cristofué canta, seguro que va a llover, pero el tiempo está azul. Ni una sola nube negra. Ana Isabel se ha quitado los zapatos para marchar por las tejas sin romperlas. Quiere ver que dice el tiempo por Petare. Petare está clarito. El cielo es de un azul desvaído porque ya se oculta el sol. Por encima de las tejas, pasa una brisa tibia, una brisa suave que adormece los sueños. Y Ana Isabel está soñando…
Antonia Palacios fue la primera mujer en Venezuela en recibir el Premio Nacional de Literatura, en 1976. Su obra es de una calidad sobresaliente en las letras venezolanas y una destacadísima representante femenina en las letras latinoamericanas. El poeta Eleazar León nos dice de su obra: “Los libros de Antonia Palacios son un estremecimiento: de una larga vida y de un extenso amor, de una soledad, la propia y la extraña, que la semejanza humana se parece en la felicidad y también en lo que resta, la violencia y la paciencia…”
Por nuestra parte queridos amigos, nos queda la satisfacción del deber cumplido. Esta semblanza y otros escritos que asentamos en el papel forman parte de una inquietud personal por demás necesaria y confortante. La literatura obra como un sustento para el alma de los que leen y de los que escriben. En las últimas líneas de la novela, la melancolía, inevitable compañera de la evocación se hace presente diciendo:
“…De la copa de la Ceiba caen lentos, blancos copos como de nieve, nieve de recuerdos y de nostalgias. Tras la fina lluvia de las lágrimas, tras la reja, Ana Isabel los mira caer…
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La tierna sonrisa de los niños. Christopher abriendo sus regalos (Foto del autor)
Material gráfico, agradecimientos a: articulomercadolibre.com ucab.edu.ve panoramio.com realidadalternativa.wordpress.com conmishijos.com mscvenezuela.com librodearena.com igooh.com mirilla.wordpress.com news.bbc.co.uk portaldenoticias.com guiainfantil.com |