Desde niña se interesó en el instrumento y recibió lecciones, que en pocos años dieron sus frutos. A los diez años consigue un premio internacional y a los doce hace su debut en la BBC de Londres. A partir de allí, asciende en una meteórica carrera, convirtiéndose en una ejecutante sobresaliente. Recibe reconocimientos y premios. Alcanza unos de los sitiales más altos como interprete, en el difícil y exigente mundo de la música académica.
Entre tantas referencias que existen sobre su trayectoria, citamos la presentación que hizo en 1965, cuando contaba veinte años de edad y que significó un importante hito en su profesión. Fue en el Carnegie Hall de Nueva York, en que incluyó el Concierto para Violonchelo de Elgar, una exquisita obra que la convirtió, con toda razón, en la mejor interprete de la misma.
Se casó en 1967 con Daniel Barenboim, un excelente director orquestal, con quien compartió su vida sentimental y artística. Por esos años, ella, con su esposo al piano y el violinista Pinchas Zukerman, formaron un trío, que logró merecida fama por su calidad interpretativa.
Había alcanzado todo lo que un artista ansía, el éxito y la consagración en su carrera; y en lo personal, una relación armoniosa y estable. Pero el destino, inexorable y severo, llegó hasta ella… Comienza a sentir algunas molestias, en sus manos que se van agravando hasta impedirle tocar. Se le diagnosticó esclerosis múltiple, terrible enfermedad progresiva que destruye el sistema nervioso.
Ya no hubo vuelta atrás. Imposibilitada para continuar como ejecutante se retiró en 1973, con apenas 28 años de edad; a pesar de ello continuó dando clases durante muchos años, hasta que su salud se lo permitió. Murió en Londres, en 1987, cuando contaba 42 años.
Después de esta breve y resumida biografía nos proponemos dar al personaje, ya convertido en mito, un sencillo reconocimiento. Empezaremos diciendo que en sus grabaciones nos ha quedado un legado cierto de su extraordinario virtuosismo.
Es posible apreciar en ellas una expresividad y por sobre todo, un sentimiento que llega aún hasta los que no somos especialistas en esta música, sino simples melómanos. Sin duda, Jacqueline Du Pre fue única. Su personalidad, llena de vitalidad y entusiasmo, alcanzó a deleitar a su público, más allá de su excelencia como ejecutante.
En los conciertos, solo con su presencia engarzada siempre con su simpatía y su eterna sonrisa, que nunca se apartaba de su rostro, arrancaba expresivos vítores de cariño y reconocimiento.
Su instrumento fue un Stradivarius, al que abrazaba con delicada pasión, como a un amante anhelado y con él se expresaba entregando su propia alma en cada ejecución. Su sonido brotaba con una intensidad y un entusiasmo, al que se sumaba la mística interpretativa personal y ello la hacía insuperable en sus presentaciones.
El reconocido director Zubin Mehta con quien compartió algunas actuaciones refirió sobre esta cualidad diciendo: “Jacqueline no daba lo que el público esperaba, se daba ella misma.”
