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Bienvenidos amables amigos y consecuentes lectores de nuestra................. COLUMNA DE PAPEL

Blog de Juan Yáñez, desde San Juan de los Morros, Venezuela....

LA FINALIDAD DEL PRESENTE BLOG ES PARA EXPRESAR IDEAS, COMENTAR LO QUE CONSIDERAMOS DIGNO DE ELLO Y HASTA PARA DECIR LO INCONVENIENTE SI FUERA NECESARIO...




EL CALLAR Y EL DECIR

Juan Yáñez

Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 29 de agosto de 2010





                            Callar y Decir son dos verbos que indican acciones antagónicas; aunque necesariamente se corresponden por su equidistancia. Tienen igual importancia y se complementan entre sí. Ambos son significativos, tienen igual peso especifico, igual masa, y se diferencian solo por encontrarse ubicados contrapuestos. Cualquiera de ellos puede ubicarse indistintamente, sea a la izquierda o a la derecha de un imaginario segmento.

Pero debemos tener claro que no es conveniente colocarlos en un mismo lugar a la vez, porque obran de la misma manera que los polos de un imán con igual identidad: se rechazan y es perfectamente lógico que así sea. En el caso de que por cualquier artilugio se lograra unirlos, sería esta unión tan inestable como ineficiente y no cumpliría un objetivo formal y sensato. Para ilustrar esta inapropiada mezcolanza viene al caso aquella comparación que usaban nuestros abuelos y que acertadamente decía: Eso no es chicha, ni limonada.

 Estarían tanto el Callar como el Decir tan incómodos y preocupados por desprenderse, que sería inútil disponer de ellos con certeza. Ambos tienen una fuerte personalidad, una desarrollada autoestima y no toleran la menor ambigüedad. Están perfectamente claros y seguros de sus aptitudes. Jamás dudan de su eficiencia, de su vigencia, de su competencia. Disponen ambos, sobre todo de firmeza, son enérgicos, constantes y por supuesto no carecen de poder. Es oportuno aclarar que estamos haciendo estas consideraciones cuando estos verbos son usados por seres racionales, no por aquellos que son ambiguos y dados a confundir; es entonces que se ponen a hablar cuando deben callar y callan cuando deben hablar.

Sabemos que estos verbos existen y se emplean desde tiempos remotos, puede decirse con toda precisión que coincidió su advenimiento cuando el hombre primitivo desarrolló la facultad de la palabra y de la comunicación. Todo lo hasta aquí manifestado se considera correcto por la generalidad de las personas y sustancialmente tiene elementos coincidentes y no presenta mayores divergencias. Pero la cosa no aguanta mucho cuando hay personas a quienes les molesta que otros digan lo que ellos quieren que callen y por ello se les exacerba el ánimo.

Generalmente esto ocurre en el hogar, en la escuela, en el trabajo o en cualquier otro lugar donde alguien quiera imponer su autoridad. Del mismo modo y en igual situación, se complica la cuestión, cuando algunos nos asedian a decir lo que no queremos. Es entonces que en ambos casos se suele responder con la intolerancia y puede asimismo obrar el callar por una justificable aprensión. Ambos son demonios del mismo infierno que lejos de convivir se aniquilan entre sí, despiertan a la anarquía, inevitablemente y afortunadamente tarde o temprano la razón pondrá las cosas en su lugar.

Estos son los males que deben obligatoriamente evitarse y tratar de conciliar lo antagónico con la mayor armonía, amplitud de criterio, respeto y sobre todo con educación y buena crianza. De nada valen las mejores intenciones de acordar, si las opiniones personales de los litigantes se pretenden imponer sin tener en cuenta las reglas elementales de civilidad, cortesía, de respeto y también de aprecio y tolerancia. En nuestra vida diaria constantemente decimos y callamos. Es necesario saber en que momento y circunstancia es conveniente decir y de igual forma, callar. Hay dos populares locuciones, una que dice: El pez por la boca muere, y otra: En boca cerrada no entran moscas. Ambas frases está llena de picardía y de una innegable sabiduría.

Saber callar es una cualidad invalorable, propia del Recato, del Respeto, de la Prudencia y de la Tolerancia. Todo tiene su oportunidad y es conveniente que esta se determine con la mayor precisión posible. De la misma forma el Decir no escapa a la circunstancia ni al momento. Decir lo que se deba, es sensato, indispensable, correcto y aconsejable desde todo punto de vista. Lo que sí no es fácil de determinar cuando se deba decir o se deba callar.

En cuanto al Decir se debe tratar de comenzar por una virtud que generalmente escasea, como es la Valentía. La Valentía que está unida al Honor y que siempre debe ir acompañada por la Prudencia y el Respeto. No debe confundírsele con la Temeridad que es algo muy distinto y nada aconsejable. Aquí, sin proponerlo se nos vino al paso otro refrán y lo vamos a utilizar por lo pertinente: Lo cortés no quita lo valiente; y del mismo modo es apropiado sacar del mismo enseñanza. El Decir no debe jamás ofender, ni agredir, pero sí ser claro y perfectamente comprensible. Y aquí sin darnos cuenta llegamos a igual deducción en la aplicación de uno y otro verbo, amables y consecuentes lectores.

 El Callar y El Decir requieren ambos de honestidad, Prudencia, Respeto y Valentía. Tolerar y Afrontar son los dos elementos que debemos solventar para llevar a cabo el buen uso y aplicación de ambos. Les siguen muy de cerca el disponer de la mejor buena voluntad, de sinceridad, de comprensión y de nobleza.


Material gráfico: Quino y del autor.

EL AUTOR DE "ALMA LLANERA"...

Juan Yáñez
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 22 de agosto de 2010

                     Yo nací en esta ribera del Arauca vibrador…

Así da comienzo, amables y consecuentes lectores, la letra de la canción más arraigada a esta tierra, que marcó definitivamente al auténtico espíritu venezolano. ¿Quienes de los que nacieron o habitamos este suelo y estando ocasionalmente en el exterior y por alguna eventualidad alcanzaramos a oír su sensible melodía, pudieron contener al menos una lágrima..?

Jamás habría imaginado el autor de su letra, la trascendencia que adquiriría la canción, la que a través del tiempo se convirtiera en el “Segundo Himno Nacional de Venezuela”. Aquel que escribiera sus versos y que aunados con su melodía, -de otro autor- logran despertar el orgullo nacional, se llamó en vida Rafael Bolívar Coronado, (1884-1924).

Había nacido en Villa de Cura y murió antes de cumplir los 40 años, tuberculoso; en la miseria más tenaz y oprobiosa. Cursó solo estudios primarios y obró circunstancialmente desde su adolescencia en diversos oficios y posiciones geográficas. Se culturizó gracias a su apasionamiento por la lectura y allí cultivaría su innegable genio literario. Conoció el llano apureño a sus quince años y allí laboró rudamente durante tres años, suficientes para atrapar la esencia vernácula del espíritu de la tierra y que después volcara en su insuperable “Alma Llanera”.

Algunos recordarán su nombre y quizás sus tribulaciones y su desprestigio. No es posible ocultar que a todo trance fue un escritor de triste y lamentable fama. Carlos Yusti, nos dice de él: “Fue Bolívar Coronado un escritor de innegable talento, no obstante su vida ladeada hacia el desparpajo y la trampa lo ha fichado para la posteridad como un zángano de las letras, especie de autor de segunda mano que utilizó más de seiscientos nombres para firmar sus escritos. Fue un indiscutible truhán que sin escrúpulo alguno se valió de los nombres de algunos autores consagrados para presentar textos suyos. Jamás se detuvo en consideraciones éticas al momento de engañar y timar en su buena fe a lectores y editores”.

Dura y rigurosa en demasía es esta apreciación y sin embargo se encuadra dentro de la verdad. Escribió siempre por una innegable necesidad. Sus magros ingresos nunca le alcanzaron ni aún para saciar el hambre y así justificaba su censurable proceder: “Como yo no tengo nombre en la República de la Letras, he tenido que usar el de los consagrados, porque yo no puedo darme el lujo de que surjan telarañas de las muelas” Vivió siempre en la ficción más absoluta. Se apropió de los nombres de los escritores más relevantes y escribió con su propia pluma y para ellos textos excelentes. Su magnífica narrativa violó toda la institucionalidad literaria de su tiempo. No se detuvo tampoco ante los editores a los que embaucó hasta el hartazgo.

 Se estableció en España becado por la dictadura de Gómez a quien elogiara y posteriormente le diera un trato inmisericorde en sus escritos. Rufino Blanco Fombona figuró entre sus damnificados y que engañara hasta el ridículo con unos supuestos manuscritos antiguos que reposaban el la Biblioteca Nacional de Madrid. Coronado fungió de copista de esos falsos documentos y no solamente de su pluma son los textos, sino que son de su invención hasta los nombres de los autores de los mismos.

Fue tan hábil en sus triquiñuelas que hoy día en las bibliotecas españolas, aún pueden consultarse “sus obras”, que con nombres de autores ajenos y algunos de ellos hasta inexistentes, todavía figuran en los catálogos de la literatura venezolana. La psicología ha logrado desentrañar los complejos vericuetos de la mente, entonces es oportuno reconocer y comprender las causas de su desvarío. Ante el análisis de su personalidad, nos encontramos ante un ser profundamente inseguro y con una muy baja auto-estima.

No era capaz de valorizar aquello que escribía con su propio nombre y entonces apelaba al engaño. Durante toda su vida fue un aventurero incansable, huyendo de si mismo y que lamentablemente desperdiciara su talento literario. Con toda seguridad, de no haber padecido ese trastorno, sería estimado hoy, como un distinguido escritor de las letras venezolanas.

 Son de su legítima autoría algunas obras que ocultó y jamás se preocupó en editar. Entre ellas se destaca “El nido de Azulejos”, un cuento que fuera premiado, hay también una infinidad de diversos escritos, de artículos periodísticos y algunos libros; uno de ellos: “Memorias de un semibárbaro”, que publicara por su cuenta Rufino Blanco Fombona en represalia por el fraude que le infringió Coronado y con la clara intención de desacreditarlo. Hoy, en estos tiempos en que poco nos asombra ya, nos detendremos un instante apenas, para intentar comprender y a la vez comparar a Bolívar Coronado con algunos otros escritores de reputación, que le sobrevivieron y que le sucedieron hasta nuestros días. Es entonces que al cotejarlo no sale tan mal parado, nuestro personaje sino que sobresale legítimamente enaltecido por su bagaje intelectual y retórico y por sobre todo por su desinterés por la notoriedad y la fama…

Material gráfico, agradecimientos a:  kalipedia.com   aldeaeducativa.com   llanofolkloreytalento.com   cellunerg.blogspot.com   antares2007.com   venezuelamia.com.ar

NO SIEMPRE QUERER ES PODER...

Juan Yáñez
  Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 15.08.2010          
                                             
      La razón es el único poder que puede mediar las diferencias entre el mandar  y el  obedecer…

Charlie Chaplin en "El gran dictador"
                                                                                                  En las relaciones humanas y sociales en general y las políticas en particular, desde la más remota antigüedad, siempre existieron arbitrariedades e injusticias. En este mundo globalizado de hoy, es imposible o muy difícil ocultarlas ante los ojos del mundo. Existen tribunales internacionales a quien le incumbe interceder ante las iniquidades, e incluso ya  existe una  legislación apropiada al respecto. Cabe en la más absoluta lógica que LA OBEDIENCIA tiene como elemento imprescindible a EL MANDO  y ambos se complementan entre sí para lograr una deseable armonía y un equilibrio entre ambas opuestas funciones.

 Del mismo modo es absolutamente innegable que LA LIBERTAD es un don divino, irrenunciable e inquebrantable.

 Igualmente EL RESPETO no debería  excusarse  jamás en las relaciones humanas, sociales, políticas y en las consideraciones inherentes a la salvaguarda del medio ambiente y de la naturaleza. Todo ello se encuadra obviamente dentro de las más elementales reglas de convivencia, que en verdad parten de nuestra más pura capacidad moral y que conocemos por  CONCIENCIA.


 Intentaremos de acuerdo con nuestro modesto entender, amigos y consecuentes lectores, alcanzar una coincidencia que compartamos todos por igual. También es necesario que lo acordado sea cónsone con dos de los principios fundamentales de toda sociedad. Uno es  LA RAZÓN  y el otro son LOS DERECHOS HUMANOS.  Por supuesto estos temas fueron siempre muy contrapuestos y los acuerdos generalmente nunca lo suficientemente acatados. Para evitarlo es necesario legislar con el mayor consenso posible y con la intervención de la opinión de  las mayorías e incluso de  las minorías. 

    Días atrás, exactamente el viernes 6 del presente mes, una noticia trajo cierta tranquilidad a los usuarios de la informática y las comunicaciones, ya que con anterioridad otra noticia sobre igual tema les había creado una auténtica preocupación.

 La anterior información o noticia  fue precisamente una mala noticia,  porque establecía restricciones a las comunicaciones de última generación de amplio uso  en las redes sociales.

 La reciente noticia felizmente dejaba sin efecto a la anterior, como lo muestra el texto del cable divulgado por la prensa: 

“RIAD (AFP).- El servicio de la mensajería telefónica de los dispositivos Blackberry,  (de comunicación digital y satelital a través de Internet) fue restablecido en Arabia Saudita, tras cuatro horas de interrupción, de acuerdo a diversas declaraciones de los usuarios de Messenger (correo de intercambio de mensajes vía Internet) de las operadoras  locales.

El rey Abdullah de Arabia Saudita.
 La restricción del servicio de comunicaciones fue ordenada por las autoridades del dicho país aduciendo una, -sospechosa- finalidad, de establecer una regulación o más claramente entendible como un  control arbitrario de las telecomunicaciones”. 

A las autoridades sauditas evidentemente no les quedó otra que  retroceder, o mejor expresado con nuestra espontánea jerga criolla: recular. Un verbo de nuestra lengua, perfectamente correcto y de generalizado uso coloquial, que debe interpretarse como: volver atrás, dejar si efecto la aplicación de una medida. No se dio ninguna  explicación por haberlas reanudado. Al parecer y hasta los momentos las mismas continuaban  con normalidad.

Leyes Islámicas: El látigo como castigo.
 Aquí evidentemente se incumplió el refrán que nos asegura que querer es poder y con ello quedó demostrado que no siempre se cumple esa premisa.  Es seguro que las autoridades sauditas acostumbradas desde siempre a aplicar leyes de antigua tradición religiosa y dudosa equidad, se percataron aunque tardíamente, que prohibir aquello que viola los derechos de las personas a comunicarse no es aceptado por la comunidad mundial.


No debería ninguna administración que se precie de demócrata establecer arbitrariedades,  porque ya son inocultables  e intolerables ante la opinión pública y para los organismos internacionales.
 Tienen derechos y obligaciones recíprocas los que mandan y los que obedecen.  No es aceptable que ninguna autoridad  pretenda silenciar a los ciudadanos y que ellos poseen todo el derecho del mundo a reclamar si correspondiere. 


 Los gobiernos  tienen como obligada prioridad  ser los garantes del orden público y ejercer ese mandato acorde a derecho y  proteger o amparar a sus gobernados. Deben informar con la mayor claridad y autenticidad  lo referente a sus gestiones. Al unísono y necesariamente  deben los ciudadanos respetar sus obligaciones y no fomentar  actos de violencia o anarquía, pero sí reclamar aquello que se considere indebido o no lo suficientemente correcto. 

La autoridad debe ser ejercida con aptitud, probidad y el mejor espíritu de servicio. Así y no de otra manera será posible alcanzar un mundo mejor.


Material gráfico, agradecimientos a: eldesvandelailusion.blogspot.com   filolaberintobach.blogspot.com   amilcarama.worldpress.com   lookfordiagnosis.com   expresos-sociales.blogspot.com   pulsodelmundo.com.ar   diarioc.com.ar   noticiaaldia.com   malvarezonline.com   blogsclarin.com   letraslibres.com   tipete.com   pritamaulipas.org.mx   laprensa.com.ni   digresion.worldpress.com   promoweb..com.mx   blogdeltransportista.com   tecnologia21.com   elbuenciudadano.org   galushailthagard.blogspot.com   tumundovirtual.wordpress.com
Solón: "Hace falta saber obedecer para saber mandar". 

LA MALA MEMORIA NACIONAL

 Juan Yáñez

Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 8 de agosto de 2010



                 Nos proponemos en estas líneas, amables y consecuentes lectores, revivir en la memoria de los venezolanos aquello que ha hecho meritorio su gentilicio. Para ello vamos al rescate de una personalidad ingratamente olvidada que quedara varada en una de las frecuentes lagunas de nuestra amnesia nacional.

 Con la misma intención y lejos de ser un reproche, pero sí una amigable amonestación, principalmente dirigida a aquellos que tuvieron la tarea de formar a los jóvenes recientes de la patria y que menguaron en sus propósitos. Intentaremos amigos, observar con la mayor cortesía y respeto, esa desafortunada circunstancia, tan incongruente, lamentable y a la vez tan arraigadamente venezolana, que nos hace desestimar nuestra cultura.

 Importamos con una frecuencia desmedida, elementos culturales del exterior y nos olvidamos olímpicamente de lo verdaderamente valioso y propio que poseemos. No es nuestra intención subvalorar o desestimar lo externo, (una actitud de ese talante sería definitivamente un desacierto descomunal) sino que incorporemos y apreciemos nuestros logros a la labor educativa.

 Los venezolanos no somos afortunadamente chauvinistas o patrioteros.., gracias a Dios! El omitir esa desafortunada calificación es una meritoria probidad que enorgullece a cualquier pueblo, pero esa dignidad, a nuestro juicio, nos queda grotescamente holgada, como un niño vestido con un traje de una persona mayor. No es aconsejable ser chauvinista, pero en cambio, sí enorgullecernos y no olvidarnos de la auténticamente valiosa venezonalidad, que legítimamente existe.

 Grandes mujeres y hombres los hubo y los hay con el distintivo nacional más elogioso en todos los campos de las ciencias y de las artes que son sobradamente apreciados en el exterior, pero inexplicablemente no aquí.
 Para ilustrar lo expuesto, nos honra en esta oportunidad con su presencia un escritor de singular mérito, de quien poco hoy se habla y se difunde su obra. Es para muchos adultos y jóvenes un perfecto desconocido, y si en alguna oportunidad leyeren algo de su pluma y reconocieran su talento, con seguridad se asombraran de descubrir que es un compatriota que nació, vivió, murió e inclusive fue enterrado en Venezuela.

Nos estamos refiriendo a Luís Manuel Urbaneja Achelpohl. Días atrás, por mera curiosidad, nos tomamos el atrevimiento de hacer una encuesta, principalmente dirigida a los jóvenes que cursan estudios universitarios en nuestra ciudad. De los tantos que hubimos interrogado solo una joven refirió conocer a este ilustre escritor, el azar nos llevó al apellido Urbaneja, (la joven se apellida así) conocía al personaje y valorara su obra, además de sentirse orgullosa de sus lazos de consaguinidad con el escritor.

 Fue Urbaneja Achelpohl un caraqueño nacido en 1873. De padre genuinamente venezolano y madre de origen alemán. En su adolescencia despertó una rebeldía que mostraba un claro desinterés por lo convencional, principalmente en el orden social y en el educativo. Amante de la naturaleza, de los valores autóctonos, de la gente y de la vida rural, que supo inmejorablemente recoger y expresarla con la tinta y en el papel.

 En su juventud gustaba internarse en el monte, en la montaña, en los campos en los pueblos; de todo ello inundaba su alma y su intelecto El contacto con el paisaje vernáculo, los campesinos, su vocabulario y costumbres, marcará su afán literario con el característico criollismo, expresión con la cual se conocerá a un estilo del que se considera su iniciador y que comenzara en los últimos años del siglo XIX y que continuara en el siglo XX.

Participó en un género literario que estaba de moda en su tiempo al que llamaban Acuarelas en el que reflejaba en una prosa poética el acontecer vernáculo que publicará en la prensa.

En 1895 a alguien se le ocurrió burlarse de la juventud venezolana que se ocupaba de rescatar lo auténticamente nacional, tildándola de grotesca y vulgar. Es entonces que Urbaneja Achelpohl reacciona y con su precisa ironía responde al insulto ensalzando a la juventud con estas palabras: “Oh, juventud, `la grotesca y vulgar criolla` la que ama a sus héroes, venid a trabajar en la obra del porvenir; en vuestras manos ha de transformarse la materia en bruto de los asuntos nacionales, en la flor del arte, delicada y oliente como una flor de mayo”.
 
Escribió cuatro novelas y con una de ellas, -la mejor- y titulada “En este país…” fue premiada en Buenos Aires en 1919. Escribió artículos periodísticos, poesía y numerosos cuentos; uno de ellos se considera su principal creación, que titulara “Ovejón” , fue editado por primera vez en 1922, por quien se consideraba a si mismo su fiel discípulo, José Rafael Pocaterra. Luís Manuel Urbaneja Achelpohl ha sido un tesonero defensor de la auténtica venezonalidad, que reflejó con afecto y maestría en la totalidad de su obra literaria. 
 Material bibliografico y gráfico.
Agradecimientos a: efemeridesvenezolanas.com   es.wikipedia.org   thekingbacktocamelot.blogspot.com   misionvenezuela.org   noticiasve.com   embavenez-turquia.com   irreverentv.blogspot.com   liveworldtours.com   cubaencuentro.com   articulomercadolibre.com   encontrarteaporrea.org   venezuela.com 

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  A continuación transcribiremos el cuento “Ovejón” para que se deleiten de su interesante lectura...

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                            OVEJÓN


 Luis Manuel Urbaneja Achelpohl.. Leanlo.. es un cuento bellisimo!!!


       Nadie habíalo visto, la gente armada en su seguimiento venía de Zuata...
El antiguo camino al pueblo de Zuata, Edo. Aragua Venezuela, en la actualidad.

Y en las bocacalles, sobre el camino real, se aglomeraban grupos de curiosos, que, alarmados, Repetían:
—¡Ovejón! ¡Ovejón!...
Sin embargo, en la carretera no se distinguía nada, sino el sol aragüeño dorando la polvareda.

Nadie habíalo visto, pero la gente armada que en su seguimiento venía desde Zuata, atropellando el sendero, así lo aseguraba. Ellos dieron la voz de alarma. Tal huésped no era para dormir con las puertas de par en par, según la vieja costumbre de los vecinos, quién sabe si obligados por el cultivo que constituía una de las fuentes de su prosperidad: el ajo, el ajo, que por cuentas de ristra, como blancas y nudosas crinejas colgaban en todas las ahumadas vigas de las cocinas, en las madrinas de los corredores, en las salas y aún en la misma sacristía de la vieja iglesia, por los grandes días de la cosecha, en aquel risueño poblado, el más alto orgullo de la feroz comarca.

Ovejón, como de costumbre, había desaparecido a la vista de sus perseguidores, en el momento trágico, cuando bien apuntado lo tenían y con sólo tirar del gatillo de las carabinas, hubiese rodado hecho un manare al ancho pecho. Pero el bandido extendió ante ellos como una niebla cegadora y escapó. Ovejón. Ovejón sabía muchas oraciones.

Los grupos de curiosos desperdigábanse, volvían a sus casas comentando lo ocurrido: aquello era lo de siempre, carreras y sustos, y Ovejón haciendo de las suyas. Aquellas horas, cuán lejos estaría de los alrededores...

..Con una suave tonalidad de violetas, en el vasto cielo iniciábase el crepúsculo, un crepúsculo de seda. En las colinas desnudas de altos montes tendíase un verde como nuevo y lozano, un verde de primavera, y en las crestas montañosas, un oscuro verde intenso, como el perenne de los matapalos laureles. Casi blanca, cual una flor de urape, la estrella de los luengos atardeceres, en el Poniente, en apariencia fija y silenciosa, prestaba al ambiente una dulcedumbre pastoril.

Todo en la campiña era grave y apacible; sobre la alta flecha de la iglesia se espolvoreaba una rubia mancha de luz. En el paso del río, en medio de los cañamargales, el agua se deslizaba, clara, limpia, con un grato rumoreo, y en medio de las cañas y malezas brillaban destellos de sol azulosos y anaranjados.

Un mendigo, sucio y roto, abofallado el rostro, los labios gruesos y la piel cetrina, llena de nudos y pústulas, penosamente arrastraba un pie descomunal, hinchado, deforme, donde los dedos erectos semejaban pequeños cuernos bajo una piel agrietada y escamosa. Un destello de sol violáceo y fulgente envolvía al mendigo, quien hacía por esguazar el río saltando sobre las chatas piedras verdosas y lucientes por la babosidad del limo.

 A lo lejos un manchón de boras, cual una diminuta isla anclada en medio de la corriente, se mecía, y el nenúfar de los ríos criollos comenzaba a entreabrir sus anchos cálices sobre las aguas tibias. De cuando en cuando, desde una caña cimbreante, el martín—pescador se dejaba caer como una flor de oro al agua y alzaba de nuevo revoloteando, entre sus gritos secos.

El mendigo se apoyaba en una vara alta y su burda alforja limosnera le colgaba a un lado, escuálida, sin que en ella siquiera se dibujara el disco abultado y duro de una arepa aragüeña, dorada al rescoldo.

...Avanzaba el mendigo y la luz fuerte y violácea hería sus ojos opacos, en tanto que tanteaba con la vara la firmeza de los pedruscos y alargaba con precaución su pie deforme. La babasa era traidora y la luz cegaba, y el mendigo cayó de bruces contra las piedras y la estacada, que cual una triple hilera de dientes enjuncados, resguardaba de los embates de las crecientes a aquellas pródigas tierras de labrantío, famosas ya, antes que el sabio germano las apellidara jardín.

A los ayes lastimeros del mendigo surgió un hombre apartando la maleza. Era de mediana estatura y sus ojos fulguraban. Su mirar era inquieto, pero en las líneas duras de su boca vagaba en veces una sonrisa bonachona y mansa.

El hombre se lanzó al río, como si el mendigo fuese un niño, lo tomó por debajo de los brazos y lo sacó con gran suavidad al talud. El mendigo era todo ayes y lamentos. Su carne podrida, magullada, no había cómo tocarla. El tobillo deforme sangraba. Un ñaragato con sus curvas y recias espinas rasgara profundamente aquellas carnes fofas. Gruesas lágrimas abotonábanse al borde de sus párpados hinchados.

El hombre levantó los ojos y miró alrededor. Su mirada fue larga y honda, como una requisitoria que llegara al fondo de los boscajes y las malezas. Y todo era calma y penumbra en la solemnidad del atardecer. Sólo el martín—pescador, desde la caña cimbreante se dejaba caer como una flor de oro al agua y alzaba revoloteando, entre sus secos gritos.

El hombre se aproximó al mendigo, examinó la herida y con el agua del río comenzó a lavarla, como lo hiciera una madre a su tierno infante. La sangre no se detenía, no era violenta, pero sí continua. El hombre se alejó. Inclinado sobre la tierra buscaba entre los yerbajos. Se incorporó. Entre sus dedos fuertes tenía hecha una masa con unos tallos verdes. La aplicó a la herida y como el mendigo no tuviese un trapo propio para su vendaje desabrochó la amplia camisa de arriero, que le cubría del cuello a la pantorrilla, y sacó un pañuelo de seda, uno de esos vistosos pañuelos de pura seda, con que la gente que venía de Las Canarias gustaba regalarnos en su comercio de contrabando.

El mendigo veía hacer al hombre sin decir palabra y éste sólo atendía a la herida.
Cuando la sangre se menguó, el hombre aplicó el vendaje. Ni la más ligera sombra purpurada teñía la albura de la seda. Una sonrisa de satisfacción apuntó a los labios del hombre. El mendigo murmuraba:

—¡Gracias!... Estoy curado.

El hombre: No tengas miedo. El cosepellejos cerrará tu herida.

...El mendigo hacía por levantarse. El hombre le tendió la mano cordialmente y le puso en pie. Sus ropas estaban empapadas, adheridas al cuerpo. El hombre se deshizo de su camisola de arriero y se la obsequió.

El mendigo le miraba admirado; bajo la burda camisa, el hombre llevaba encima un terno fino de blanco hilo. Y mientras éste le ayudaba a cubrir con la camisola, le examinaba atento. Un detalle se fijó en su mente: los ojos eran brillantes, muy brillantes, y el pelo, crespo y melcochado.

El hombre, al ponerle en sus manos la vara en que se apoyaba, recogió del suelo la alforja limosnera y viendo que ésta se hallaba vacía, desabrochó la ancha faja, de la que pendían un puñal y un revólver de grueso calibre y de ella extrajo, una tras otra, muchas bambas y, como en ellas viniera un venezolano de oro, lo miró un instante y echó todo en la alforja y dijo: Para ti debe ser, porque por su boca salió.

El mendigo quiso besarle las manos. Era aquello un tesoro con que no había soñado nunca. Dábale las gracias y le bendecía. Caminaba tras él con la boca rebosando gratitud. El hombre se volvió y dijo: Hoy por ti, mañana por mí.

El sol ya no ofuscaba los ojos del mendigo. El poblado no estaba distante. Aún brillaba una dulce claridad en aquel largo atardecer de otoño y echó a andar alegremente, sin cuidarse de su pie deforme. Venus ya no era una nítida flor de urape, sino un venezolano de oro en la gloria del crepúsculo.

Aún el farolero no se había entregado a su habitual tarea. Su escalera hallábase arrimada a la pared bajo el farol por el cual comenzaba siempre. Adentro, en la pulpería, en un vaciar de tragos, comentaba junto con otros la última hazaña de Ovejón. En Zuata robara a un hacendado y matara un hombre a puñaladas.

A la puerta de la pulpería asomó la faz abofallada, llena de nudos y pústulas, el mendigo. Ante su pie deforme, todos callaron, esperando oír su voz plañidera implorando la caridad, en tanto que su escuálida mano alargara el sombrero, sucio y deshilachado, para recoger la dádiva. Pero el mendigo se llegó hasta el mostrador y pidió un trago. Bajo la luenga camisola sentía la humedad de sus ropas y tenía hambre y frío. Bebió la caña vieja y paciente se dio a masticar el pan duro de la mendicidad.

Los otros, sin verle, prosiguieron su charla. Dijo el farolero: De que tiene oraciones, las tiene.

Un negro embarrador de caña en una hacienda vecina, pringoso y oliente a melaza, afirmó: Lo que tiene es un escapulario ensalmado. Mientras lo lleve encima, nunca le pegará una bala.

El pulpero, descreído: Lo que tiene son alcahuetes; ¡a que si le espanto un tiro con mi morocha se le acaba la gracia!

Un mocetón aindiado: Yo quisiera conocer a Ovejón por ganarme los quinientos pesos. Quinientos pesos dan a quien lo coja vivo o muerto.

El negro pringoso: Es muy fácil. Es un catire, de buen tamaño, con los ojos como dos monedas y el pelo como una melcocha bien batida. Anda, ve a buscarlo al monte. Cuando lo traigas me brindarás el trago.

El farolero: Este trago ya me lo estoy bebiendo. No hay mejor aguardiente como el de los velorios.

El mendigo hacía por ablandar entre su boca el ribete de una torta de cazabe e interiormente pensaba: "El hombre del río, el hombre del río es Ovejón. Quinientos pesos a quien le entregue vivo o muerto. El brujo Ovejón, quien tiene el alma vendida. Si le entregara no perdería más. No me arrastraría por los caminos. Me curaría mi pierna. ¡Quinientos pesos!... Con dinero los médicos me sanarían." El mendigo metió la mano en su alforja en busca de otro pedazo de cazabe y sus dedos tropezaron con las monedas.

Allí estaba el venezolano de oro. Tornó a pensar: "Ovejón debe tener muchos como éste. No tiene grima en dar. Es un buen corazón, y ¿por qué robará? Es caritativo. Estos, los que aquí están, me tienen asco, no me hubieran lavado el pie. ¿Por qué inspiré lástima a ése, quien mata y roba en los caminos?" Y recordó sus ojos y sus cabellos melcochados. Su boca dura y su mansa sonrisa.

En la calle sintió el paso largo y acompasado de una cabalgadura. El mendigo se volvió para ver.

En un caballo moro iba un hombre de altas botas jacobinas, con una cobija de pellón en el pico de la silla. Al pasar frente a la pulpería marchaba a todo andar. El hombre del caballo volvió la faz y los ojos del mendigo se encontraron con los del jinete. La boca de aquél se abrió, alargada, pero se cerró en seguida.

El pulpero sacó la cabeza para ver. El del caballo iba lejos; el pulpero observó: Buena bestia.

El mendigo, interiormente: "Es él, Ovejón; le vi los ojos, lucían como dos monedas, como dos puñales." El farolero: Voy a encender el farol.

Un negro pringoso, mechificando al indio: ¿Por qué no te has ido en busca de Ovejón? Cuidado si esta noche lo tropiezas metido en tu chinchorro. Anda por el pueblo. Esta noche es de patrulla. Cuidado con Ovejón.

El mendigo, para sí: "Era él, era él. Va huyendo. Mató a uno. Robó a otro. ¿A quién mataría? ¿A quién robaría?"

Por el camino se acercaban cuatro hombres corriendo. Venían armados. Entraron en la pulpería de sopetón.

—¿No le han visto pasar?

El pulpero: ¿A quién? ¿A quién?

—¡A Ovejón! ¡A Ovejón!...

Todos se vuelven asombrados: ¡A Ovejón! ¡A Ovejón!

Los hombres: Se ha robado la yegua mora. ¡La montura y las botas del general!...

Los hombres: ¿No le han visto pasar?

El Pulpero: Uno pasó.

Los hombres: ¿En la Yegua mora?

El Pulpero, volviéndose al mendigo: Mira tú, que te pusiste a mirar. ¿Era una yegua mora?

El mendigo: No la vi.

El pulpero: Suelten la potranca. Ella buscará el rumbo de la madre.

El indio: Suelten la potranca y los quinientos pesos serán nuestros.

...El mendigo se escurrió como una sombra. A lo largo de la calle se alejaba renqueando. El farolero encendía los mecheros. La gente, armada, soltaba la potranca y corría tras ella. El mendigo había dejado atrás la última casa del poblado y se perdía en la carretera. Se detuvo en un recodo. Era aquél un paso estrecho y peligroso. Se agazapó contra el talud.

Pronto sintió el correr menudo de la potranca. Era una potranca nuevecita. A lo lejos se oía el voceo de los hombres, quienes venían reclutando voluntarios. El trote se hizo más cercano. La potranca estaba allí, en el recodo El mendigo alzó su palo con ambas manos y lo descargó con fuerza sobre la cabeza del animal. La potranca se detuvo, aturdida. Otro golpe la hizo precipitar al barranco.

El mendigo ganó los sombríos cafetales e interiormente murmuraba: "Hoy por ti, mañana por mí."

Y Venus, en el ocaso, resplandecía como un venezolano de oro.



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De Luis Manuel Urbaneja Achelpohl


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