El peor accidente
nuclear de la historia
Un
experimento que salió mal terminó causando miles de muertos por contaminación
radioactiva.
Clarin.com Viva17/04/16
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La ciudad abandonada de Pripyat, que había sido creada para albergar a los trabajadores de la central nuclear. Era para la elite de la elite. Aún está abandonada. (EFE) |
En 30 años
desde el accidente nuclear de Chernobyl, se cayó el comunismo, se disolvió la
Unión Soviética y hasta hubo dos revoluciones y una guerra aún latente e
inconclusa en Ucrania. En términos de tiempo histórico, parece que el mundo
hubiera girado más de la cuenta desde esa madrugada trágica, en la que un grupo
de técnicos hicieron estallar el reactor número cuatro de la central eléctrica
Vladimir Lenin, a pesar de que se encontraban haciendo una prueba que supuestamente
iba a reforzar su seguridad. Pero para el ambiente –el aire, el agua, el suelo
más todo lo que habitaba y habitará en él– es como si las agujas del reloj
literalmente no se hubieran movido. La contaminación radioactiva tarda miles de
años en degradarse. Por eso, tres décadas son nada en cuanto se trata del peor
desastre nuclear del mundo.
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El antiguo jardín de infantes de Pripyat, con sus cunitas y juguetes abandonadas. |
Muchos
niños murieron de cáncer de tiroides, producto de la contaminación radioactiva
liberada por la explosión del reactor 4.
Chernobyl
aún está presente en las frutas y los hongos del bosque, en la leche y los
productos derivados de ella, en la carne y el pescado, en el trigo. Y en la
leña que se usa para hacer fuego y en las cenizas que quedan después. O sea, en
la salud de todas las personas. Lo responsable –aún hoy– sería ir al mercado
con un contador de Geiger, esas maquinitas que hacen un ruido enloquecedor
cuando se aproximan a la radioactividad, para saber si los productos que llevarás
a tu mesa tienen el grado de seguridad necesario para ser ingeridos. Pero en un
país donde el ingreso promedio es de 50 euros mensuales, quién va a querer (o
poder) acordarse de que el cesio 137, una sustancia cancerígena que se
biomagnifica (se acumula y pasa al siguiente eslabón de la cadena alimentaria),
está en el queso. O el yogur. Ojos que no ven, corazón que no siente. Es esa
filosofía o vivir con un miedo latente y constante por tu salud y la de tus
hijos.
Nunca antes
se habían liberado al ambiente en un solo evento una cantidad tan enorme de
radioisótopos de larga vida (200 veces más que en Hiroshima), lo que afectó a
millones de personas, no sólo en el área perimetral de la planta nuclear, sino
también en Europa, desde Escandinavia a Grecia y a España. Cuando la
acumulación de hidrógeno hizo estallar la tapa de 2 mil toneladas del reactor,
se elevó una columna radioactiva a 9 kilómetros, que luego viajó en la atmósfera
sin conocer fronteras. Luego llovió y toda la contaminación nuclear cayó sobre
los bosques, los campos y los ríos, esparciendo radioisótopos como manteca en
el pan recién tostado. Partículas calientes se desplomaron, por ejemplo, sobre
el río Pripyat, un afluente del Dnieper, cuyas aguas atraviesan Kiev. ¿Cómo se
limpia eso?
Un nuevo
informe de Greenpeace señala que “cerca del reactor, hasta 150.000 kilómetros
cuadrados de tierra en Bielorusia, Rusia y Ucrania fueron contaminados a
niveles que requirieron la evacuación de gente o la imposición de serias
restricciones del uso de la tierra y de la producción de alimentos. Al momento
del accidente, más de ocho millones de personas (incluyendo dos millones de
niños) estaban viviendo en esas zonas”.
Aunque en
Pripyat no puede vivir nadie (ni podrá vivir nadie por miles de años), se ha
convertido destino de grafiteros clandestinos. Aquí, un dibujo en aerosol, con
una vista privilegiada a la siniestrada planta nuclear.
“Treinta
años después de que empezó el desastre de Chernobyl, más de 10 mil kilómetros
cuadrados de tierra aún no se pueden usar para la actividad económica y casi
cinco millones de personas viven en zonas oficialmente consideradas como
contaminadas radioactivamente (1,1 millón en Bielorrusia en 1,6 millón en Rusia
y 2,3 millones en Ucrania)”, agrega.
Y, por
supuesto, los 30
kilómetros a la redonda de la planta –cuyos otros tres
reactores siguieron funcionando escalonadamente hasta el año 2000– hay una zona
de exclusión que continuará a perpetuidad. Allí, se encuentra Pripyat, una
ciudad moderna, inaugurada en 1970, para la elite que iba a trabajar en la
planta nuclear.
Hoy en
ruinas y abandonada, Pripyat es sólo destino de fotógrafos, periodistas,
grafiteros y también de turistas “nucleares”, que se fascinan con este paraíso
socialista esquilmado por el fantasma invisible de la radiación. Esparcidos en
la zona de exclusión, quedaron también una docena de ancianos, que no se
quisieron ir de allí ni con la amenaza del uso de la fuerza. Además, entran y
salen de ella unos 2.500 trabajadores que construyen un enorme domo de color
blanco, cuya finalidad es cubrir por un siglo el famoso sarcófago que se
instaló sobre el reactor siniestrado para contener su núcleo. El sarcófago,
instalado siete meses después del accidente, fue lo que salvó al resto de
Europa de ser inhabitable, pero ya ha dado signos de estrés.
En el área
abandonada, a la que sólo se puede acceder atravesando controles militares, hay
otro riesgo enorme: sus bosques. La radioactividad parece haber barrido las
bacterias que descomponen la materia vegetal muerta, lo cual la hace suceptible
a incendios forestales, que de producirse, podría provocar la dispersión de
material radioactivo que allí yace, como cesio 137 y estroncio 90 a grandes zonas, ya que
estos viajan a través del humo y las cenizas.
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Esta estructura reemplazará al viejo sarcófago construido siete meses después de la tragedia, para resguardar la tumba radioactiva en que se convirtió el reactor nuclear. Durará unos 100 años. (EFE) |
La “energía
nuclear es la forma más cara y peligrosa de hacer hervir agua”, dice Juan
Carlos Villalonga, hoy diputado por el partido Verde. Al tema de la seguridad
del funcionamiento de las plantas, se le agrega además el del control de los
desechos radioactivos para que no caiga en manos de terroristas como el ISIS.
Por eso, se acaba de realizar una cumbre de los países nucleares en Washington,
agrega. Hoy, hay en funcionamiento unas 400 plantas atómicas en el mundo, la
mayoría de ellas viejas, como nuestra propia central de Embalse, cuyo negocio
es hacerlas reparar.
Esta es la
vuelta al mundo de un parque de diversiones que nunca se llegó a inaugurar
porque la explosión del reactor sucedió unos días antes. Ahora, es el emblema
del desastre de Chernobyl.
Chernobyl,
sin embargo, fue un antes y un después de la industria, que venía creciendo
exponencialmente en los años 60 y 70, la época dorada del átomo. Pero el año
1986 fue literalmente un punto de inflexión: después del 26 de abril, el día
del accidente, se planchó su crecimiento. Y Fukushima, que ocurrió hace cinco
años luego de un tsunami, le dio un tiro de gracia. Alemania, por ejemplo,
desactivará todas sus plantas en 2022. Hoy, sólo Rusia y China financian la
expansión de la industria nuclear y ningún organismo multilateral otorga
crédito con ese fin (por eso, Julio de Vido, y luego Mauricio Macri, utilizan
acuerdos bilaterales con Beijing para hacer hasta tres plantas). Y aunque este
tipo de tecnología no emite gases de efecto invernadero, no es considerada como
energía limpia por los diversos acuerdos para combatir el cambio climático,
recuerda Villalonga. Y esto es por Chernobyl y la magnitud que tuvo.
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Un niño con leucemia. Esto es lo que produce un desastre nuclear. (AP)
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Nunca
sabremos a ciencia cierta cuál fue el número de muertos. ¿Quién iba a llevar
estadísticas serias en la Unión Soviética, un país que estalló casi como la
planta nuclear? Unos 800 mil voluntarios –denominados literalmente los
liquidadores– fueron llamados desde todo el enorme territorio de lo que
entonces era una única nación para limpiar y contener el monstruo en que se
había convertido el reactor 4. Cuántos se enfermaron de cáncer, cuántos
murieron prematuramente, será imposible de determinar. Y a esto hay que sumarle
el número constante de “refugiados nucleares”, a los que les dijeron que tenían
que evacuar Pripyat por dos o tres días y nunca más pudieron volver.
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La sala de control del reactor: donde se gestó el desastre (AP)
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Los
isótopos radioactivos se dispersan de manera caprichosa y desigual. Por
ejemplo, Anatoli Diátlov, el ingeniero
nuclear que dio todas las estúpidas y arbitrarias órdenes que condujeron al
estallido del reactor, nunca se enfermó de nada. Se murió de un paro cardíaco
en 1995. Había sido sentenciado a 10 años de trabajos forzados, aunque cumplió
solamente cuatro de la condena. Pero para otros, el sufrimiento fue
literalmente atroz. Entre ellos, están los heroicos bomberos que acudieron a
apagar el incendio, a los que se les cayó la piel a los 10 minutos de
exposición. Pero hay más víctimas. Niños que no habían nacido entonces y los
que todavía están por nacer. Sufrirán de enfermedades por los efectos
persistentes de Chernobyl en el tiempo. Para ellos, no habrá arrepentimiento
que valga. Ni sentencia que pueda hacer justicia.