Estudio revela: Los psicólogos son las personas que más problemas mentales tienen
Interesantes revelaciones
México.- Un no tan revelador
estudio de la Universidad de Harvard, demostró que de todas las profesiones,
generalmente son los psicólogos los que más problemas emocionales y mentales
tienen en sus vidas.
Según el estudio, los
psicólogos solo intentan decirte cómo ellos quisieran vivir su vida pero en
realidad nunca lo han logrado. “Te piden que seas menos rencoroso, que vivas en
paz y que practiques Yoga, cuando en realidad la mayoría no puede ni con su
relación de pareja”.
“No queremos decir que los
psicólogos no tengan la capacidad de ayudar, simplemente tienen la misma que
cualquier otra persona que no haya estudiado nada relacionado con los procesos
de la mente humana o el comportamiento de las personas”, dice Jonathan Harvig,
director de la facultad.
Al parecer, los psicólogos
eligen su carrera no por tener ganas de ayudar a la gente, sino por tener ganas
de entender sus propios problemas pero difícilmente lo logran.
“El otro día, hablando con
mi terapeuta sobre la muerte de toda mi familia y que nos quitó el banco la
casa y ahora que me corrieron del trabajo, me insistió con que ‘le eche muchas
ganas’ pero luego salí de la sesión y la escuché diciéndole a su amiga que si
su esposo no le da un beso todos los días, es porque debe divorciarse”, dijo uno
de los pacientes que fueron analizados.
La teoría que querían
confirmar los estudiantes de Harvard indica que efectivamente los terapeutas no
son más que personas muy afectadas que piensan que por haber superado un
pequeño obstáculo en sus vidas, ahora pueden ayudarte a eliminar tu depresión,
ansiedad o lo que sea que sufras.
Leer más:
http://eldeforma.com/2016/01/06/estudio-revela-los-psicologos-son-las-personas-que-mas-problemas-mentales-tienen/#ixzz4ObnG9LTk
Julián Díaz: elixir culinario. El bartender, sommelier y cocinero elige el aceite de oliva para cruzar sus profesiones y poner en valor la excelencia de los óleos argentinos
Laura Litvin LA NACION DOMINGO
31 DE JULIO DE 2016
Acaba de comprar una botella
de aceite de oliva virgen extra (AOVE), sin filtrar. La abre con ansiedad, como
quien quiere ver qué hay dentro de un paquete precioso. Se detiene en cada
aroma y luego suelta unas gotas sagradas sobre unas rodajas de pan de campo
recién horneado. En silencio, como en una ceremonia. Al primer bocado, Julián
Díaz -bartender, sommelier, cocinero y dueño de los reconocidos bares porteños
878 y Los Galgos- sonríe con alegría. En su ADN gastronómico, la célula del
aceite de oliva atraviesa todas sus profesiones y el virgen extra (ningún otro)
siempre está. "Forma parte de nuestra cultura. En mi casa se lo cuidaba
tanto que sólo se podía usar para ocasiones especiales. Cuando se abría ya no
estaba bueno, y eso pasaba por ignorancia. Con los años me di cuenta de que era
uno de los puntos más sensibles para trabajar en la gastronomía. Para mí es un
parámetro de calidad: si entro en un restaurante y veo el aceite de oliva en la
mesa como corresponde (nada de botellitas transparentes, engrasadas y sucias),
significa que hay un buen trabajo detrás. Tener una visión crítica sobre el
aceite de oliva fue uno de los últimos avances en los restaurantes argentinos.
Por suerte, lentamente, se empiezan a revisar los procesos de manipulación: no
tenerlo al sol, no comprar bidones gigantes, no rellenar las botellas, entre
muchas otras cuestiones. El AOVE tiene la versatilidad de absorber aromas de
cualquier cosa, por eso hay que conservarlo con cuidado. Si rellenás con aceite
bueno una botella usada que tiene aceite rancio, todo se echa a perder. Igual,
en los últimos cinco años avanzamos: se hacen concursos, cursos, catas; la
industria fue comprendiendo y el cambio se está dando."
En la Argentina, la
producción se remonta a 1562, cuando se plantaron esquejes traídos de Perú.
Pero la producción local comenzó a competir con el aceite español, por lo que
se ordenó la tala de todos los olivares del Virreinato. Fue en el siglo XIX,
con la llegada de los inmigrantes y sus platos deliciosos, que volvimos a
prestarle atención. El auge se vivió en 1954, cuando se promulgó una ley de
fomento con el famoso eslogan Haga Patria, plante un olivo, que promovía la
producción para paliar el desabastecimiento en Europa como consecuencia de la
Guerra Civil Española. La gloria duró poco: en la década de 1960 el AOVE sufrió
nuevos embates, esta vez por parte de los productores de aceites de semilla,
que montaron una feroz campaña de desprestigio. Hoy se producen alrededor de
35.000 toneladas en el país (datos de la campaña 2015 proporcionados por
referentes del sector) y el consumo se calcula entre 250 ml y 300 ml por
persona por año, una cantidad mínima comparada con los países productores como
España, Italia y Grecia, donde se calcula un promedio de 15 litros anuales por
habitante. Pero la Argentina tiene todas las posibilidades, por la excelente
calidad de sus aceites, de competir de igual a igual con los más importantes
productores mundiales.
"Todavía hoy, aun
cuando ya está reivindicado como uno de los alimentos fundamentales de la dieta
mediterránea y son conocidos todos los beneficios para la salud, el aceite de
oliva sigue soportando varios prejuicios -sostiene Díaz-. El primero es que es
caro. Yo no creo que eso sea verdad. La botella dura un mes y vale, en relación
con lo que dura, muchísimo más que lo que cuesta un paquete de pan lactal, que
se termina en dos días. El segundo es que es feo, pero lo que pasa es que mucha
gente confunde los defectos (producto del atrojado, de la fermentación o porque
se pone rancio cuando envejece), y en realidad se trata de un aceite en mal
estado. ¿Cuántas veces escuchaste que el aceite de oliva huele a aceituna de
pizza o a trapo mojado? Eso está lejos de los aromas de la naturaleza que
ofrecen los aceites de calidad."
Julián Díaz es sin duda uno
de los protagonistas de la gastronomía local: forma parte de la asociación de
cocineros Acelga, de la Asociación Argentina de Sommeliers, y es docente en el
Centro Argentino de Vinos y Espirituosas (CAVE). Su agenda febril incluye
viajes en búsqueda de nuevos sabores (y de museos y galerías, su otra gran
pasión). Cuando el 878 cumplió 10 años, escribió un libro junto con su pareja,
la diseñadora Florencia Capella: 878 Cócteles, recetas e historias del Bar de
Buenos Aires.
¿Tips básicos que debe tener
en cuenta el consumidor de aceite de oliva?
Lo primero es que debe tener
aromas frescos de la naturaleza: pasto recién cortado, hojas de tomate fresco,
manzanas, cáscara de banana, hierbas. Otra cosa es que el color no tiene que
ver con su calidad. Y luego, las distintas variedades de aceitunas ofrecen
intensidades diversas y un poco de picor y amargor, esas son cosas normales de
los aceites de oliva buenos. Ahora, los que dejan la boca aceitosa están mal
hechos. No sirven ni para cocinar, hay que tirarlos.
¿Qué significa virgen extra?
Que es el primer aceite
obtenido por medios naturales, no químicos. Es el de mejor calidad, jugo de
aceituna puro. El segundo punto es el nivel de acidez medido en ácido oleico
(que debe ser inferior a 0,8). El proceso de elaboración consiste en triturar
la fruta entera y amasarla sin que entre en contacto con el oxígeno. Luego se
centrifuga para que se separe la parte acuosa de la oleosa y se deja decantar
en tanques. La pasta que queda se vuelve a centrifugar, pero lo que se extrae
ya no es virgen extra. Va perdiendo calidad.
¿El aceite de oliva no
mejora con la guarda?
No. Hay que consumirlo
dentro del año, porque a diferencia del vino, se plancha, pierde intensidad. Es
muchísimo mejor cuanto más cerca está de la cosecha, por eso no es conveniente
comprar aceites importados, porque entre que los procesan y los transportan
puede pasar mucho tiempo. Muchas veces terminamos comprando aceites más caros
que los nacionales sólo porque son de afuera.
En esta nota:LA NACION
REVISTALA NACIONLA NACION revistaGastronomía
Venezuela: los progresistas del mundo no pueden seguir callados
OPINIÓN
El compromiso de Hugo Chávez
con la democracia duró exactamente lo que duró su mayoría electoral
MOISÉS NAÍM
FRANCISCO TORO
9 JUL 2016 - 23:44 CEST
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Un paciente en un pasillo de un hospital de Mérida, Venezuela.(Marco Bello. Reuters) |
Hasta hace poco, el régimen
que fundó Hugo Chávez era objeto de fascinación para los progresistas del mundo
entero. Viajar a Venezuela a ver los logros de la revolución bolivariana se
hizo parte de la agenda de una buena cantidad de activistas altermundialistas.
La Venezuela de Chávez era celebrada.
Eso se acabó. La calamidad
no se celebra. Y culpar de la catástrofe venezolana a Estados Unidos, a la
oposición o a la caída de los precios del petróleo solo convence a un menguante
grupo de ingenuos —o fanáticos—. El régimen chavista ha perdido su máscara: su
militarismo, autoritarismo, corrupción y desprecio por los pobres están a la
vista.
¿Por qué tardó tanto el
mundo en enterarse? Porque Chávez acuñó un nuevo modo de actuar en política en
el siglo XXI conjugando un simulacro de democracia con poder ilimitado y un
boom petrolero.
El primer ingrediente fue la
manipulación del sistema electoral. Chávez rápidamente entendió la importancia
de no aparecer ante el mundo como un militar más que gobierna autocráticamente.
Mientras hubiese elecciones, él era un demócrata. A muy pocos fuera de
Venezuela parecían interesarles los aburridos detalles acerca de listas de
electores sigilosamente falseadas, el ventajismo descarado, el uso masivo del
dinero del Estado para comprar votos o discriminar a la oposición o el hecho de
que los árbitros electorales fuesen activistas del partido del Gobierno.
Fue así como Chávez se
volvió un maestro en el paradójico arte de destruir la democracia a punta de
elecciones. Sigilosamente.
Los venezolanos han votado
19 veces desde 1999, y el chavismo ha ganado 17 veces. Y después de cada
elección, la Constitución era violada un poco más, los tribunales y organismos
de control más cooptados, los contrapesos institucionales más debilitados y las
libertades más coartadas. El mundo no dijo nada.
El torrente de petrodólares
que entró al país durante la larga bonanza petrolera de 2003-2014 se vio
amplificado por un masivo endeudamiento que hoy llega a 185.000 millones de
impagables dólares. El dinero se usó con dos propósitos: subsidiar el consumo
de las clases populares y la corrupción de la oligarquía chavista. Mientras
tanto, la economía real se desbarrancaba. Con la desaceleración económica y el
colapso de los servicios públicos (seguridad, salud, educación, etc.) fue
menguando la popularidad del Gobierno, lo cual lo forzó a cambiar de táctica:
ahora toleraría derrotas electorales, pero no la pérdida de poder. Así, poco
después de perder el control de una institución pública por la vía electoral,
Chávez procedía arbitraria e ilegalmente a quitarle recursos y poderes.
Cuando Caracas eligió a un
alcalde de oposición, Chávez primero le retiró sus principales competencias y
luego Maduro terminó encarcelándolo. Cuando los votantes le dieron el control
de la Asamblea Nacional a la oposición, el Tribunal Supremo, abarrotado de
chavistas, bloqueó cada uno de sus actos. Ahora el Gobierno habla con
desparpajo de eliminar por completo la Asamblea.
El compromiso de Hugo Chávez
con la democracia duró exactamente lo que duró su mayoría electoral.
Algo parecido ocurrió con
los medios de comunicación. Chávez entendió que cerrar medios independientes
dañaría su reputación internacional. Pero para la Revolución Bolivariana la
libertad de expresión es una amenaza inaceptable. La solución fue comprar los
medios de comunicación independientes a través de empresarios privados. Los
nuevos propietarios inmediatamente los transformaron en vehículos para la
propaganda oficial. Decenas de periodistas fueron silenciados y la libertad de
prensa en Venezuela se convirtió en una farsa: la disidencia desapareció de los
medios que llegan a la mayoría de la población. La retórica chavista de
solidaridad con los más desfavorecidos también resultó ser fraudulenta. Los
discursos de amor a los pobres encubrían el saqueo del país por parte de Cuba y
la inconmensurable corrupción de militares y de la burguesía bolivariana o
boliburguesía. Un revelador ejemplo de esta corrupción son los 100.000 millones
de dólares en ingresos petroleros que desaparecieron del Fondo de Desarrollo
Nacional, donde estaban depositados. El Gobierno jamás rindió cuentas.
Las acciones del régimen
revelan un cruel desprecio por los pobres. Al tiempo que las protestas de gente
desesperada por el hambre son reprimidas con inusitada violencia, líderes
chavistas aparecen ebrios en los vídeos de redes sociales encallando sus
lujosos yates. Mientras niños recién nacidos mueren por la carencia de
medicinas, el Tribunal Supremo leal al Gobierno censura a la Asamblea por haber
solicitado asistencia humanitaria internacional. Las autoridades no tienen
respuestas para la crisis y su indiferencia al sufrimiento del pueblo es
indignante.
Es válido suponer que
saquear el país con las mayores reservas de petróleo del mundo debería ser
suficiente incluso para la más voraz élite cleptocrática; pero no. El régimen
también está profundamente implicado en el narcotráfico. Las agencias
antidrogas tienen a decenas de altos cargos del Gobierno venezolano en sus
listas de capos de redes de traficantes.
A finales del año pasado,
dos sobrinos de la primera dama fueron grabados en Haití ofreciendo cientos de
kilos de cocaína a compradores que resultaron ser agentes de la DEA. Los
sobrinos están tras las rejas en Nueva York, esperando su juicio. Su tía, la
esposa del presidente, ha acusado a Estados Unidos de haberlos secuestrado. Uno
pensaría que el mundo ya debería haber perdido la paciencia con estas
aberraciones. Y eso ha comenzado a suceder, pero muy tímidamente. La comunidad
internacional reitera solemnemente su preocupación por Venezuela, pero estas declaraciones
no han tenido consecuencias.
Lo mínimo que podemos hacer
para honrar la memoria de los miles de venezolanos asesinados y los millones
hambreados es hablar claro: la fachada democrática del chavismo se ha
derrumbado; la cruel y ladrona dictadura que solía esconderse tras ella está al
descubierto. La izquierda del mundo que se dice progresista no puede seguir
callada ante la tragedia de Venezuela. La ideología no puede seguir
justificando el silencio cómplice.
Moisés
Naím es distinguished fellow de la Fundación Carnegie para la Paz
Internacional. Francisco Toro es editor de CaracasChronicles.com
Cómo está Chernobyl 30 años después
El peor accidente nuclear de la historia
Un
experimento que salió mal terminó causando miles de muertos por contaminación
radioactiva.
Clarin.com Viva17/04/16
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La ciudad abandonada de Pripyat, que había sido creada para albergar a los trabajadores de la central nuclear. Era para la elite de la elite. Aún está abandonada. (EFE) |
En 30 años
desde el accidente nuclear de Chernobyl, se cayó el comunismo, se disolvió la
Unión Soviética y hasta hubo dos revoluciones y una guerra aún latente e
inconclusa en Ucrania. En términos de tiempo histórico, parece que el mundo
hubiera girado más de la cuenta desde esa madrugada trágica, en la que un grupo
de técnicos hicieron estallar el reactor número cuatro de la central eléctrica
Vladimir Lenin, a pesar de que se encontraban haciendo una prueba que supuestamente
iba a reforzar su seguridad. Pero para el ambiente –el aire, el agua, el suelo
más todo lo que habitaba y habitará en él– es como si las agujas del reloj
literalmente no se hubieran movido. La contaminación radioactiva tarda miles de
años en degradarse. Por eso, tres décadas son nada en cuanto se trata del peor
desastre nuclear del mundo.
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El antiguo jardín de infantes de Pripyat, con sus cunitas y juguetes abandonadas. |
Muchos
niños murieron de cáncer de tiroides, producto de la contaminación radioactiva
liberada por la explosión del reactor 4.
Chernobyl
aún está presente en las frutas y los hongos del bosque, en la leche y los
productos derivados de ella, en la carne y el pescado, en el trigo. Y en la
leña que se usa para hacer fuego y en las cenizas que quedan después. O sea, en
la salud de todas las personas. Lo responsable –aún hoy– sería ir al mercado
con un contador de Geiger, esas maquinitas que hacen un ruido enloquecedor
cuando se aproximan a la radioactividad, para saber si los productos que llevarás
a tu mesa tienen el grado de seguridad necesario para ser ingeridos. Pero en un
país donde el ingreso promedio es de 50 euros mensuales, quién va a querer (o
poder) acordarse de que el cesio 137, una sustancia cancerígena que se
biomagnifica (se acumula y pasa al siguiente eslabón de la cadena alimentaria),
está en el queso. O el yogur. Ojos que no ven, corazón que no siente. Es esa
filosofía o vivir con un miedo latente y constante por tu salud y la de tus
hijos.
Nunca antes
se habían liberado al ambiente en un solo evento una cantidad tan enorme de
radioisótopos de larga vida (200 veces más que en Hiroshima), lo que afectó a
millones de personas, no sólo en el área perimetral de la planta nuclear, sino
también en Europa, desde Escandinavia a Grecia y a España. Cuando la
acumulación de hidrógeno hizo estallar la tapa de 2 mil toneladas del reactor,
se elevó una columna radioactiva a 9 kilómetros , que luego viajó en la atmósfera
sin conocer fronteras. Luego llovió y toda la contaminación nuclear cayó sobre
los bosques, los campos y los ríos, esparciendo radioisótopos como manteca en
el pan recién tostado. Partículas calientes se desplomaron, por ejemplo, sobre
el río Pripyat, un afluente del Dnieper, cuyas aguas atraviesan Kiev. ¿Cómo se
limpia eso?
Un nuevo
informe de Greenpeace señala que “cerca del reactor, hasta 150.000 kilómetros
cuadrados de tierra en Bielorusia, Rusia y Ucrania fueron contaminados a
niveles que requirieron la evacuación de gente o la imposición de serias
restricciones del uso de la tierra y de la producción de alimentos. Al momento
del accidente, más de ocho millones de personas (incluyendo dos millones de
niños) estaban viviendo en esas zonas”.
Aunque en
Pripyat no puede vivir nadie (ni podrá vivir nadie por miles de años), se ha
convertido destino de grafiteros clandestinos. Aquí, un dibujo en aerosol, con
una vista privilegiada a la siniestrada planta nuclear.
“Treinta
años después de que empezó el desastre de Chernobyl, más de 10 mil kilómetros
cuadrados de tierra aún no se pueden usar para la actividad económica y casi
cinco millones de personas viven en zonas oficialmente consideradas como
contaminadas radioactivamente (1,1 millón en Bielorrusia en 1,6 millón en Rusia
y 2,3 millones en Ucrania)”, agrega.
Y, por
supuesto, los 30
kilómetros a la redonda de la planta –cuyos otros tres
reactores siguieron funcionando escalonadamente hasta el año 2000– hay una zona
de exclusión que continuará a perpetuidad. Allí, se encuentra Pripyat, una
ciudad moderna, inaugurada en 1970, para la elite que iba a trabajar en la
planta nuclear.
Hoy en
ruinas y abandonada, Pripyat es sólo destino de fotógrafos, periodistas,
grafiteros y también de turistas “nucleares”, que se fascinan con este paraíso
socialista esquilmado por el fantasma invisible de la radiación. Esparcidos en
la zona de exclusión, quedaron también una docena de ancianos, que no se
quisieron ir de allí ni con la amenaza del uso de la fuerza. Además, entran y
salen de ella unos 2.500 trabajadores que construyen un enorme domo de color
blanco, cuya finalidad es cubrir por un siglo el famoso sarcófago que se
instaló sobre el reactor siniestrado para contener su núcleo. El sarcófago,
instalado siete meses después del accidente, fue lo que salvó al resto de
Europa de ser inhabitable, pero ya ha dado signos de estrés.
En el área
abandonada, a la que sólo se puede acceder atravesando controles militares, hay
otro riesgo enorme: sus bosques. La radioactividad parece haber barrido las
bacterias que descomponen la materia vegetal muerta, lo cual la hace suceptible
a incendios forestales, que de producirse, podría provocar la dispersión de
material radioactivo que allí yace, como cesio 137 y estroncio 90 a grandes zonas, ya que
estos viajan a través del humo y las cenizas.
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Esta estructura reemplazará al viejo sarcófago construido siete meses después de la tragedia, para resguardar la tumba radioactiva en que se convirtió el reactor nuclear. Durará unos 100 años. (EFE) |
La “energía
nuclear es la forma más cara y peligrosa de hacer hervir agua”, dice Juan
Carlos Villalonga, hoy diputado por el partido Verde. Al tema de la seguridad
del funcionamiento de las plantas, se le agrega además el del control de los
desechos radioactivos para que no caiga en manos de terroristas como el ISIS.
Por eso, se acaba de realizar una cumbre de los países nucleares en Washington,
agrega. Hoy, hay en funcionamiento unas 400 plantas atómicas en el mundo, la
mayoría de ellas viejas, como nuestra propia central de Embalse, cuyo negocio
es hacerlas reparar.
Esta es la
vuelta al mundo de un parque de diversiones que nunca se llegó a inaugurar
porque la explosión del reactor sucedió unos días antes. Ahora, es el emblema
del desastre de Chernobyl.
Chernobyl,
sin embargo, fue un antes y un después de la industria, que venía creciendo
exponencialmente en los años 60 y 70, la época dorada del átomo. Pero el año
1986 fue literalmente un punto de inflexión: después del 26 de abril, el día
del accidente, se planchó su crecimiento. Y Fukushima, que ocurrió hace cinco
años luego de un tsunami, le dio un tiro de gracia. Alemania, por ejemplo,
desactivará todas sus plantas en 2022. Hoy, sólo Rusia y China financian la
expansión de la industria nuclear y ningún organismo multilateral otorga
crédito con ese fin (por eso, Julio de Vido, y luego Mauricio Macri, utilizan
acuerdos bilaterales con Beijing para hacer hasta tres plantas). Y aunque este
tipo de tecnología no emite gases de efecto invernadero, no es considerada como
energía limpia por los diversos acuerdos para combatir el cambio climático,
recuerda Villalonga. Y esto es por Chernobyl y la magnitud que tuvo.
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Un niño con leucemia. Esto es lo que produce un desastre nuclear. (AP)
|
Nunca
sabremos a ciencia cierta cuál fue el número de muertos. ¿Quién iba a llevar
estadísticas serias en la Unión Soviética, un país que estalló casi como la
planta nuclear? Unos 800 mil voluntarios –denominados literalmente los
liquidadores– fueron llamados desde todo el enorme territorio de lo que
entonces era una única nación para limpiar y contener el monstruo en que se
había convertido el reactor 4. Cuántos se enfermaron de cáncer, cuántos
murieron prematuramente, será imposible de determinar. Y a esto hay que sumarle
el número constante de “refugiados nucleares”, a los que les dijeron que tenían
que evacuar Pripyat por dos o tres días y nunca más pudieron volver.
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La sala de control del reactor: donde se gestó el desastre (AP)
|
Los
isótopos radioactivos se dispersan de manera caprichosa y desigual. Por
ejemplo, Anatoli Diátlov, el ingeniero
nuclear que dio todas las estúpidas y arbitrarias órdenes que condujeron al
estallido del reactor, nunca se enfermó de nada. Se murió de un paro cardíaco
en 1995. Había sido sentenciado a 10 años de trabajos forzados, aunque cumplió
solamente cuatro de la condena. Pero para otros, el sufrimiento fue
literalmente atroz. Entre ellos, están los heroicos bomberos que acudieron a
apagar el incendio, a los que se les cayó la piel a los 10 minutos de
exposición. Pero hay más víctimas. Niños que no habían nacido entonces y los
que todavía están por nacer. Sufrirán de enfermedades por los efectos
persistentes de Chernobyl en el tiempo. Para ellos, no habrá arrepentimiento
que valga. Ni sentencia que pueda hacer justicia.
Franco aún es motivo de divisiones
La decisión de la alcaldesa de Madrid,
Manuela Carmena, de retirar monumentos de la dictadura en las calles generó un
escándalo político; tras las críticas frenó la aplicación de una polémica ley
SEGUIR Martín Rodríguez Yebra LA NACION BS.
AS. SÁBADO 06 DE
FEBRERO DE 2016 .
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EL
BLOG OPINA
Todo gobernante
en España debería ocuparse de gobernar con la mayor amplitud, oficio y
pluralidad posible, y dejar la HISTORIA para los historiadores, --que en
España, no faltan. Todo ya fue escrito y todavía se seguirá escribiendo hasta
la saciedad, así de sencillo-. La política española tiene suficientes cultores
que todavía discuten sobre el efímero “reinado de Pepe Botella” y de eso
pasaron más de dos siglos; el franquismo estuvo vigente hasta “ayer a la tarde”.
Suficiente trabajo tiene una alcaldesa de una sociedad tan compleja, con tanta
diversidad como la madrileña. Un buen político sabe que una alcaldía de ese
calibre es ante todo comenzar por el principio: remangarse la camisa y ponerse a trabajar.
MADRID.- Hay heridas que el tiempo no
cicatriza. Como en un bucle sin fin, España reflotó estos días la discusión
sobre su pasado traumático cuando la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena,
ordenó retirar monumentos levantados por el franquismo para exaltar su victoria
en la Guerra Civil.
Carmena se propuso eliminar de las calles
de la capital los símbolos de la dictadura, todavía presentes en innumerables
nombres de calles, placas en homenaje a los caídos a manos de los republicanos,
estatuas de cabecillas del régimen y gigantescas edificaciones celebratorias.
Pero apenas tres días después de empezar la tarea decidió frenarla ante la
magnitud del escándalo político que se desató.
El Partido Popular (PP) y el Episcopado
encabezaron la reacción contra la medida, que incluyó la amenaza de denunciar a
la alcaldesa ante la justicia penal por haber tocado bienes listados desde hace
años como patrimonio histórico. La disputa retrata lo incómodo que resulta aún
para la sociedad española lidiar con las divisiones sociales que arrastra desde
el conflicto bélico. Aunque hayan pasado casi 80 años del golpe militar que lo
inició y más de 40 desde la muerte de Francisco Franco, que abrió la puerta a
la democracia.
Carmena, ex jueza y activista de derechos
humanos que ganó la alcaldía en alianza con Podemos, argumenta que debe cumplir
con la ley de memoria histórica, de 2010, en la que se promueve la remoción de
elementos reivindicativos de los bandos que se enfrentaron en la Guerra Civil
(1936-1939) y de la dictadura posterior.
Sus detractores la acusan de
extralimitarse. Se amparan en un "error" que aceptó la alcaldesa:
haber quitado del cementerio parroquial del barrio de Carabanchel una placa en
homenaje a ocho sacerdotes carmelitas fusilados por las milicias republicanas
en agosto de 1936 y beatificados hace dos años por el papa Francisco.
"Nos preocupa esta medida. Es
indudable la exclusiva condición de víctimas de los carmelitas, pacíficos
testigos de la reconciliación a la que todos debemos contribuir", se quejó
el obispo de Madrid, Carlos Osoro.
La placa se retiró el lunes y fue
restituida el miércoles. Para entonces, el PP ya había iniciado los trámites
para denunciar a Carmela por prevaricación.
Los liberales de Ciudadanos e incluso los
socialistas criticaron a Carmena por actuar sin pedir autorización ni debatir
caso por caso las intervenciones.
Carmena también irritó a sus opositores con
el anuncio de que se retirarían dos lápidas en honor a José Calvo Sotelo, un
líder político de derecha asesinado en Madrid días antes del inicio de la
Guerra Civil.
El debate por los homenajes franquistas
consumió decenas de discusiones en el Ayuntamiento desde la llegada de Carmena.
Queda pendiente qué hacer con las calles que mantienen nombres de generales de
la dictadura, dirigentes del falangismo (el fascismo español) y hasta de un
batallón que peleó a las órdenes de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, la
División Azul.
El gobierno regional de Madrid, en manos
del PP, se enfrentó a la alcaldesa. "Hay bienes que forman parte de
nuestra historia y nos ayudan a entender nuestra identidad", sostiene
Paloma Sobrini, directora de Patrimonio Cultural de esa administración. Entre
los bienes sostenidos por el Estado, fuera del alcance del municipio
capitalino, figura nada menos que el Valle de los Caídos, el fastuoso monumento
donde están enterrados los restos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera,
fundador de la Falange.
Carmena frenó el retiro de símbolos y
anunció que elaborará un marco normativo que regule la aplicación de la ley.
Tres días de amarga discusión, amenazas de juicio y tormenta política fueron
suficientes para convencerla de que hay temas que es mejor no agitar demasiado.
Las formas de comer y sus lugares
Autor: Carlos Moreno *
En el asador había dos asadores con sendos costillares de oveja. Uno a uno
iban entrando los huéspedes y las personas de la casa. Nosotros nos sentamos
cerca del fuego sobre unos troncos de madera para observar como preparaban la
comida. La mujer cortó dos partes un zapallo muy grande, colocando las mitades boca
abajo sobre las cenizas calientes, asándolas con mucha precaución… Cuando todo
estuvo listo sacamos los cuchillos y atacamos el asado y el zapallo con mucho
apetito…Después de comer tomamos mate bebido, tan necesario a esta gente como
el te a los ingleses.
Hoy en día las carnicerías de las estancias, salvo excepciones, están en
desuso. Lo mismo ha ocurrido con otros elementos como el horno para pan. Es
raro encontrar hoy en una estancia, un lugar donde éste se hornee. En 1872 en
la Sociedad Pastoril, encontramos casi un horno por puesto. Actualmente el pan
se compra en el pueblo, o pasa un repartidor la galleta, para lo cual se deja
la bolsa en la tranquera. Vemos entonces como la alimentación fue modificándose
junto con los cambios de las costumbres y la facilidad de las comunicaciones,
la simplicidad inicial del asado dio lugar a una dieta más integral.
Paulatinamente va desapareciendo el fuego abierto que, con sus asadores,
congregaba a los hombres a sentarse a su alrededor, sobre simples cráneos de
vaca, mateando y charlando. No se come alrededor del fuego, con ese
sentido casi mágico que tiene. Se usan
la mesa, los bancos para sentarse, los
platos, las cucharas, las ollas, el equipo necesario para una comida
ordenada, donde la disciplina son un aspecto y una expresión importante de los
cambios en la vida rural. La dieta cambia volviéndose más completa racional y
económica, pero con esto cambian también las formas. Los gauchos con su facón
como único utensillo, dejan paso a los
peones con su cuchara de latón.
Entre tanto se ha consolidado la cocina de peones. (En la provincia ya no
se habla de “Materas”, sino de cocina de peones hasta entrado el siglo XX. La
cocina era el lugar de convocatoria de la estancia.
Una cocina con el fuego central con los lugares para sentarse alrededor todavía
se puede ver en la estancia La Noria (1890-1900). En la estancias, cuando más
se apreciaba la cálida cocina era en los tiempos de lluvia y frío… En el centro
de la cocina se levantaba el mentado fogón que tanto acariciaban nuestros
paisanos, a su alrededor se secaban las ropas mojadas, los hombres que
regresaban a las casas después de las recorridas en tiempos de temporales,
cuando el agua calaba hasta los huesos, allí formaban las prolongadas tertlias,
donde agotaban muchas pavas de agua cebando cimarrones.
Rolando Urruti en sus recuerdos de infancia, rememoraba los tiempos de Rolando
Urruti en sus recuerdos de infancia, rememoraba los tiempos de su permanencia
en la estancia La Noria.
“Las comidas en la estancia se organizaban de dos formas, una en la cocina
y comedor que estaba al lado de la casa principal donde la cocinera preparaba
grandes fuentes o soperas con pucheros al medio día y guisos de arroz a la
noche. O unos ricos estofados con papas
y carne; y se llamaba al personal con una sirena. En la estancia se producían
muchos de los alimentos para el consumo. El quintero estaba a cargo de la
huerta y trabajaba Adolfo Yacudón (o algo así), un hombre lituano que tenía a
su cargo la cría de gallinas y los chanchos con los que se hacía la factura. En
la estancia había un peón que le llamábamos e “Correo”, y su tarea era ir al
pueblo con los encargos, y traía la galleta y la mercadería en una volanta con
dos caballos. Para ese servicio se acomodaban dos mudas de caballos. También
venía de una vez en cuando un vendedor ambulante, el turco Jorge, que le llamábamos “Diente de Oro” traía la
mercadería en una jardinera y la vendía al fiado. En la carnicería se carneaba
(c.1940) una oveja todos los días y una vaca por semana. Elsótano estaba lleno
de facturas de chancho que había preparado “el poyero”.
La cocina de peones o matera la usaban los peones de la estancia para tomar
mate que se encontraban según su trabajo; el primero que llegaba la encendía,
generalmente el que tenía que recorrer el campo, el fuego y calentaba el agua
en una pava grande y cada peón tenía su mate. La yerba era provista por la
estancia.
Los muchos “peones golondrinas” cmian en la matera y ellos mismos se
preparaban la comida con los alimentos que le proporcionaba la estancia,
generalmente carne oveja.
Otro tipo de gente eran los “crotos” que iban en busca de trabajo,
generalmente alguna changa, y también estaban los linyeras que eran toda una filosofía
de vida.
A ellos también se los proveía de galleta, carne y yerba, la hospitalidad
era una regla de la época.”
· * Carlos
Moreno (arquitecto UBA 1967) trabaja en la actividad profesional en
arquitectura y preservación del patrimonio. Autor de numerosos libros con
imágines de su autoría. Es docente e investigador. Ha participado en diferentes
congresos y jornadas y ha asesorado a Municipios y Gobernaciones de Provincias.
·
1.- Mac Cann, Williams, Viaje por las provincias
argentinas, Ed.Solar-Hachette, Bs. As. 1969
·
Fuente: “Crónicas Bonaerenses”, compilador
Antonio Nilo Pelegrino, tomo 1. Lulemar Ediciones. E-mail: lulemarediciones@lulemarediciones.com-a
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