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Los esposos Sergei y Lina Prokofiev |
Juan Yáñez
Hoy,
siendo 8 de marzo se conmemora mundialmente el día de la mujer; es así que tal
eventualidad nos motiva, así de primera mano amables lectores, hacer una
referencia a esta evocación. Según tengo entendido corresponde la fecha a la
proclamación por parte de la Asamblea
General de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU)
declarando en 1977, al 8 de marzo como el Día Internacional por los Derechos de
la Mujer y la Paz Internacional.
También se reconoce a esta fecha como Día
Internacional de la Mujer Trabajadora.
De cualquier manera por demás justo es reconocer la importancia de la mujer
como elemento fundamental de la familia, precisamente en estos últimos tiempos
en que gran cantidad de mujeres se han convertido en sostenes de hogar.
Pauta de ello lo encontramos en Colombia, en
que el 34 por ciento de las féminas de aquella nación son las encargadas de
sostener su hogar e hijos, con el jornal ganado honradamente con su trabajo.
Seguramente nos atrevemos a conjeturar que en el resto de Latinoamérica las
cifras podrían ser iguales o hasta mayores.
La representación más frecuente en la mujer es
en su cometido como madre, esposa e hija y en todos esos perfiles es exaltada
con probidad. Todos nacimos de una mujer, nuestra madre; mujeres son nuestras esposas y nuestras
hijas, a quienes en lo personal dedicamos estas líneas y en ellas se haya
implícito nuestro reconocimiento.
Es entonces necesario hacer una
referencia histórica de una mujer merecedora de ser reconocida por sus
virtudes, más aún sobran los motivos por ser injustamente condenada e
inmerecidamente olvidada. Nos referimos a una honorable dama que fuera la
primera esposa del compositor ruso Sergei Prokofiev, (1891-1953)
Para hablar de ella que se llamara en
vida Lina Codina Prokofiev, nos trasladamos al contenido de una noticia
publicada por la agencia EFE el 15 de febrero de 2010, en la cual se hace
referencia a una biografía, editada anteriormente a la fecha arriba anotada,
que rescata el trágico destino de esta mujer que fuera una artista consagrada a la música, de origen español y que se casara con el genial músico y compositor
en 1923 y que fuera condenada a trabajos forzados por el estalinismo imperante.
En ello va nuestro homenaje, nuestro reconocimiento y respeto, extensivo a todas
las mujeres del mundo
Dice así:
Chemberdjí aún no puede ocultar el asombro por que "nadie sabe
nada de esta mujer española tan especial e inteligente".
Por las páginas de Lina Prokófiev. Una española en el Gulag
desfilan nombres con los que mantuvo relación en los primeros años del siglo
XX, nombres como Picasso, Matisse, Ravel, Falla, Stravinsky, Rubinstein, Andrés
Segovia, Rachmáninov, Toscanini, Chaplin, Stanislavski, Gorki, Eisenstein,
García Lorca, Coco Chanel o Diaguilev.
Cuenta Chemberdjí que el primer encuentro entre Lina y Prokófiev
tuvo lugar en San Petesburgo en 1918, "un amor a primera vista"; y en
1923 se casaron en París, vivieron felices y tuvieron dos hijos.
En abril de 1936, tras años de éxito arrollador a ambos lados del
Atlántico, el matrimonio Prokófiev decide trasladarse a la Unión Soviética,
donde espera al compositor ruso el reconocimiento de un público entendido
formado en la edad de oro de la música rusa. Para Chemberdjí, Prokófiev
"pecó de ingenuidad al pensar que le dejarían componer con tranquilidad si
no se metía en política".
Los primeros problemas llegaron cuando el régimen estalinista le
prohibió la música para dos espectáculos -uno de ellos para Evguéni Onéguin-.
Entonces, "Lina comprendió muy rápido lo que pasaba porque era muy
inteligente y, al comienzo de la Guerra Mundial en 1941, Prokófiev abandona a su
familia y ella se quedó sola con los hijos".
Después de la guerra, Prokófiev se casó con una joven del partido
comunista y en 1948 Lina fue arrestada y condenada a veinte años de trabajos
forzados en un campo de concentración en el norte polar, condenada por
espionaje, recuerda la autora.
"Quedó en libertad en 1956 y hasta 1974 no pudo abandonar
Moscú para siempre, convertida entonces en una infatigable luchadora que nunca
pudo borrar de su memoria el descenso a los infiernos del estalinismo",
señala Chemberdjí.
Chemberdjí conoció por primera vez a Lina cuando tenía 5 años:
"Mis padres se dedicaban a la música y todos compartíamos la Casa de los Compositores, y
por eso el matrimonio Prokófiev era muy amigo de mis padres", apunta la
autora.
Volvieron a reencontrarse en los años 60 cuando fue puesta en
libertad y, de hecho, Chemberdjí, que entonces tenía unos 22 años, la ayudó a
redactar una carta al entonces jefe del KGB, Yuri Andropov, "quizá más
sensible porque componía poemas" y "en tres días la dejaron salir del
país". Los últimos quince años de su vida Lina Prokófiev vivió en París,
rodeada de sus hijos y nietos, e incluso creó la Fundación Prokófiev
en Londres.
Preguntada por la persistencia en esta veneración al compositor,
que había muerto en 1953 el mismo día que Stalin, Chemberdjí asegura que
"Lina veía a su marido como una víctima de su segunda mujer, Mira, y sufrió
mucho porque lo adoraba, creía en él como persona y como genio". Este
segundo matrimonio acarreó asimismo una anécdota curiosa, revela Chemberdjí:
"al haberse casado con Mira sin divorciarse de Lina, se produjo una
situación judicial anómala que acabó con la sentencia de que Prokófiev había
sido bígamo".
El objetivo de esta biografía, que se publicó originariamente en
ruso en 2008, era, subraya la autora, "contar toda la verdad de Lina y
hacer justicia con el olvido que sufrió en Rusia, donde el KGB la había
desacreditado, tachándola de mujer frívola y extranjera".>
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El matrimonio Prokofiev y sus hijos |