Juan Yáñez
No me mueve, mi Dios, para
quererte el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Este bello y profundo soneto expresa la más lograda manifestación del amor, que como el más excelso sentimiento brota de la inspiración de una poeta.
Es Santa Teresa de Jesús (1515-1582), -la monja carmelita- la autora de este testimonio del más puro y emotivo amor hacia Cristo crucificado. Nunca antes poeta alguno había expresado con tal intuición, lucidez y en un estilo sencillo y espontáneo, propio del lenguaje coloquial y familiar de los pueblos castellanos. Era Teresa concreta y realista en su doctrina monacal, en su modo de vida y en su vocación literaria. Escribía con un sentimiento de deber místico al trasmitir las vivencias y revelaciones que brotaban naturalmente de su corazón. Su tiempo no era mucho para este menester.
Su responsabilidad cotidiana nutrida de tareas propias de la dirección de una orden religiosa en constante evolución le obligaba quitar tiempo al descanso para su ocupación literaria.
Empleaba para ello las celdas austeras y frías del convento, donde toda comodidad se encontraba ausente. Nunca releía lo escrito, improvisaba y anotaba en el papel las palabras que parecían dictadas.
No hay en su estilo ningún ornamento y carece su redacción de toda afectación retórica. El presente soneto por su perfección técnica, por sus valores de expresión, su elegancia y sintaxis fue incluido por Marcelino Menéndez Pelayo en su antología de las Cien Mejores Poesías de la lengua española.
Su prosa es extensa y reviste mayor importancia que su producción poética. Cultivó la amenidad en su narrativa. Es frecuente en sus escritos los plumazos de humor, de simpatía y afectividad que aunada a la galanura de su estilo vivaz y lozano.
El mismo Fray Luis de León supo apreciar estas cualidades y por ello expresó: “La obra de Santa Teresa de Ávila contiene una elegancia desafectada que deleita en extremo”. Es Teresa de Ávila la más importante representante del misticismo occidental.
Su obra más ambiciosa y doctrinal es Las Moradas o Castillo Interior en la que relaciona al alma con Dios; fue escrita en 1577, cinco años antes de su muerte…
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros Venezuela, el 28.03.10