Esa noche a pesar de la lluvia estábamos allí; teníamos localidades para los palcos altos, - económicamente más asequibles que las de la platea- próximas al escenario. Asistió un público bastante informal, aunque conocedor –y al que no había detenido la lluvia- acorde a la genial informalidad que sobresalía en el músico y que él no ocultaba, sino que le complacía mostrar.
En el ancho escenario, -que carece de telón- lucía solitario un brillante y negro Steinway.
Luego de saludar escuetamente al público, se sienta frente al instrumento y comienza a desgranar un racimo de notas, que interrumpe imprevistamente y dirigiéndose a nosotros, -el público de la parte alta-… con animadas señas nos invita a bajar a la platea.
Complacidos y antes de que hubiera finalizado el ofrecimiento, caóticamente desalojamos los palcos y todos tratamos de ubicarnos lo más cercanamente posible al músico. Comenzó con algo que hacía de maravilla: improvisar jazz. En el piano suena la bella melodía de un blues, interpretado con el más puro estilo del ritmo nacido en Nueva Orleáns.
Llevaba el compás moviendo una pierna constantemente. Absorto e inspirado se concentraba en la ejecución y en su amplia frente se dilataba una vena que verticalmente descendía al entrecejo. Era un interprete único.., magnífico, que rebasaba técnica y excelencia El público versado y ávido de buena música lo disfrutaba atento y apasionado.
Tocó casi dos horas hasta que hizo el intermedio. Reanudó el concierto, combinando piezas clásicas y de jazz, durante otra hora más. Al finalizar, hizo bis tres veces, del segundo al tercero fue aplaudido y ovacionado durante casi media hora. Cuando acabó, saludó y por señas, -en forma imperativa- dio a entender que ya eso era todo.
A pesar de ello el público no se conformo, delirante pidió bis largo rato…, obviamente sin resultado. Lo que empezó pasadas las ocho finalizó más allá de medianoche.
Al salir de la sala, el frío de la noche se hizo presente. No llovía ya, pero el piso aún húmedo de la calzada y la acera reflejaban la luz diligente de los faroles. La noche estaba serena, gélida y silenciosa, adecuadamente compatible con las inspiradas notas que aún no se habían acallado en nuestros oídos.
Y todo ello por una obstinada lluvia que no consiguió evitar la asistencia de unos auténticos y apasionados cultores de la buena música…
La ciudad de Hamburgo vista desde el Lago Alster.
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Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela, el 22.11.09