Juan Yáñez
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 28 de noviembre de 2010
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El interior de La Rotunda, a la vista se aprecian los calabozos de la planta baja y alta |
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José Rafael Pocaterra |
“Hiede a podre, a basura húmeda, a fosa común de cementerio abandonado. Tropiezo en la oscuridad con desperdicios infectos. Cuando mis ojos comienzan a distinguir tras la media luz de la cortina, -solo dos míseros foquillos alumbran aquel circo de aquelarre- sus paredes leprosas, sus nueve pilares soportando el alero, su pasadizo circular que rodea las bóvedas del primer piso- noto que hay una tabla empotrada al fondo de la hornacina. Tiene ésta dos metros de largo por uno y medio de ancho y algo más de dos metros de altura. Me apoyo en la tabla a manera de camastro que está allí contra la pared. Un ordenanza me despoja de los zapatos; colócame dos argollas sobre los tobillos, pasa luego por ellos una gruesa barra y a golpe de mandarria que despierta los ecos de aquel recinto, espaciada, comienzan a remachar la chaveta de acero… Todo aquel aparejo pesaría unas setenta o setenta y cinco libras. -¡Trata de sacar el pié! -me recomienda el llamado Nereo.
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El tristemente célebre carcelero de
La Rotunda, el cabo de presos
Nereo Pacheco |
Como no le hago caso, fuerza mis pies a ver si doblándolos logro sacarlos de la argolla infame. Ahoga en mi alma el dolor del esguince. Me he roto el labio inferior con los dientes. Una ira loca me invade, y como todavía estoy fuerte, me arrojo sobre la tabla y levanto en vilo el par de grillos sacudiéndolos sobre la madera. Salen. Acaban de clavar la cortina hasta abajo. Ni una línea de luz. Alguno, el Nereo tal vez, murmura al partir: -Éste es de los bravos, ¡pero aquí se amansa!”
Estas líneas con que iniciamos nuestra columna semanal, amigos y consecuentes lectores corresponden al libro “Memorias de un venezolano de la decadencia”, que escribiera José Rafael Pocaterra. En ellas se describe la primera impresión que su autor recibiera al ingresar en 1919 como preso político a aquella terrible mazmorra caraqueña, que por su particular arquitectura circular se le conocía como La Rotunda. Los avatares políticos de esta Venezuela tan pródiga en hombres ilustres, llenos de fervor humano y democrático, y tan desconsoladamente triste en destinos despóticos de la naturaleza más perversa y humillante.
La búsqueda del mayor ejemplo de esta apreciación nos conduce directamente a Juan Vicente Gómez, el déspota más connotado de la historia venezolana. Este sátrapa que gobernara durante 27 años a la nación, hacía el malhadado uso de este recinto carcelario, para alojar a sus enemigos, o simplemente sospechosos o cualquiera que se le ocurriera aislar, vejar, privarlo de su libertad o sencillamente eliminar.
Allí el taimado tirano, como tigre cebado practicaba sus vilezas, con un ingenio y tenacidad demoníaca. Muchos de los que allí ingresaron tenían como destino final el cementerio. Famosas fueron las célebres goticas de arsénico que desvergonzadamente preparaba una afamada farmacia caraqueña de la época, por orden del Benemérito y se les administraban precisas dosis con la comida a aquellos ya sentenciados a muerte. Entre sus lóbregos muros a la manera más abyecta y cruel, definitivamente inspiradas en los antiguos tormentos de la Edad Media, disponían de instrumentos para martirizar, inmolar, arrancar confesiones, delaciones o simplemente atormentar.
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El cadete Armando Chávez, preso en La Rotunda
portando grillos de 75 libras. Foto del año 1930 |
Infamantes fueron los artilugios y procedimientos que se emplearon allí. Desde los rastreros grillos, lo suficientemente pesados para inmovilizar, hasta introducir vidrio molido o tóxicos en la escasa y miserable comida, que causaban irreparables consecuencias. No faltaban tampoco aterradores suplicios como el de colgar a los hombres por los testículos y otros procedimientos malignos e insufribles para zaherir sus cuerpos y sus almas. La Rotunda sobrevivió durante más de ochenta años sobre sus cimientos
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El yunque de remachar grilletes |
El edificio proyectado como cárcel pública, fue comenzado a construir en 1844, durante la presidencia de Carlos Soublette y terminado en 1854 cuando José Gregorio Monagas ejercía su mandato. Su triste fama como destino para aquellos que disentían o combatían al gobierno, comenzó en 1899 con Cipriano Castro, -también otro perverso dictador- y acabó inmediatamente luego de la muerte de su traidor compadre, Juan Vicente Gómez en 1936, por orden de su sucesor, Eleazar López Contreras quien demoliera el edificio y en su solar se construyera la Plaza de la Concordia que aún existe.
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Fachada de La Rotunda |
Necio proceder que nos privara de un testimonio de gran valor histórico y hoy ya también arqueológico. López Contreras con esta acción intentaba reparar en parte, la vergüenza que también a él le salpicaba por los soeces desmanes de su predecesor y mentor. Afortunadamente para la humanidad que basa el conocimiento y la cultura en los legados históricos, aún están en pie las ruinas del Coliseo Romano y en excelente estado la Torre de Londres y otros tantos que lugares donde se cometieron infamias y despropósitos, que constituyen un patrimonio de preciso valor para la cultura universal.
La demolición innecesaria y fútil de construcciones antiguas y con historia es uno de los vicios que a muchos de nuestra especie nos caracteriza. Imaginamos que en los muros reposan las iniquidades. Nada es más erróneo e ignorante.
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Gral. López Contreras |
Pretendemos vengar las afrentas destruyendo el espacio en el cual se cometieron los excesos y además con la absurda apetencia que al demolerlo se acabarán las injusticias. Es así, amables amigos lectores que en estas líneas intentamos proyectar hacia el presente y el futuro la memoria de un pasado poco grato para la generalidad de los venezolanos de aquella época y hondamente desgraciado para los hombres que al expresar y defender sus ideas hubieron de soportar tormentos, que arruinaron su salud y otros muchos que no lograron sobrevivir.
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Por ese hueco conocido como "el buzón"
penetraban los vivos y salían los muertos |
Por todo ello y aún más, es necesario enseñar la Historia a todos y en particular a los niños y jóvenes. La Patria es un patrimonio común, en nosotros y en nadie más descansa su destino, no lo olvidemos…
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El pueblo caraqueño en una de las tantas manifestaciones recientes a favor de la democracia |
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