¡SE ARMÓ LA SAMPABLERA!!!
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros Venezuela, el 09.05.10
Juan Yáñez
Esta expresión de uso tan habitual y corriente en Venezuela desde mediados del siglo XIX, tiene un histórico y preciso origen. Muchos la repiten sin conocer su verdadero motivo, aunque saben que su significado se aplica a cualquier situación de protesta pública, desorden, alboroto, enfrentamiento o cosa que se le parezca.
La ciudad de Caracas, quien desde siempre ha tenido el privilegio o la desventaja, de escenificar en su geografía muchos de los acontecimientos más trascendentales de la Historia Nacional, fue el escenario de este funesto y triste episodio ocurrido en 1859.
Fue una manifestación maligna de las pasiones de la más indigna rivalidad política. Los protagonistas no hallaron otra forma de estorbarse mutuamente que un enfrentamiento fraticida que empapó de sangre las calles de Caracas. No hubo en el suceso, ni patriotismo, ni razones de decoro, ni de decencia, ni de heroísmo por parte de los protagonistas, de uno u otro bando. Abundó la mala voluntad, la torpeza, las indefiniciones, la ignorancia y las superficialidades las que obraron para llegar a la tragedia.
Todo el acontecer se originó por el inestable e infantil comportamiento del General Julián Castro, a la sazón Presidente de la Nación que con un descaro sorprendente y caprichoso, apuntó y disparó al unísono –en sentido figurado, obviamente- a su gobierno y a la oposición. Todo ello originó una tensa situación que no fue compartida ni por propios ni por extraños.
A consecuencia de esa conducta infeliz, su propia gente liderizada por el Coronel Casas, fue quien decidió poner preso al presidente y destituirlo para posteriormente proclamar la Federación y elegir un nuevo gobierno. El coronel Casas y sus parciales decidieron formar un gobierno provisional compuesto de personalidades distinguidas entre la fuerza de los federales, decisión insólita, pues ellos eran sus adversarios políticos.
La idea no cuajó en la voluntad ciudadana, reunida en la sede del gobierno, pero sí estuvieron de acuerdo en celebrar una consulta con el pueblo. Se convocó a una asamblea popular que dio como resultado que entre los más exaltados y los menos prudentes se adueñaron del debate y eligieran a personajes enemigos del partido conservador y por supuesto antagonista de Casas y su facción.
Los mismos sediciosos, aquellos que apresaron al presidente, víctimas de su propia ineptitud, falta de capacidad de mando y sobre todo de una estupidez sin comparación posible, entregaron el mando a un nuevo gobierno constituido, que se dio en llamar “Gobierno de San Pablo”, por disponer su sede en una casa vecina a la plaza homónima de Caracas.
La situación que se generó no podía ser más complicada e insensata. Los nuevos gobernantes sorprendidos de que una manera tan absurda se hicieran del mando, se apresuraron a ejercer su gestión con una clara y radical disposición de anular a sus contrarios. Aterrados los conservadores no alcanzaban a explicarse sus propias torpezas y como salir indemnes del trance y no ser aniquilados.
Como habrán advertido, amigos lectores, se estaba escenificando un sainete y si no fuera por las víctimas que provocaría, no podía ser más grotesco y entretenido. El gobierno liberal lejos de amilanarse cobra nuevos bríos, fortaleciéndose militarmente al recibir el apoyo del general Aguado, acantonado en La Guaira quien sube a Caracas con 600 hombres bien dotados a defender la Federación.
A todo ello los conservadores consiguen que el presidente derrocado firme su renuncia y de esa manera se logra continuar el hilo constitucional al reemplazar la autoridad destituida por el designado Dr. Gual quien legalmente asume la presidencia. Sin embargo a esa misma hora de la mañana del 2 de agosto de 1859, ya el enfrentamiento se llevaba a cabo en las inmediaciones de El Calvario y hasta la plaza de San Pablo, al arribar a Caracas las fuerzas del general Aguado.
Se luchó encarnecidamente durante muchas horas sin darse tregua en ambos bandos hasta ser rechazadas luego de mucho batallar las fuerzas federales y así disolver el gobierno provisorio.
Ese fue el fin de esa trágica jornada, en que la lucha fraticida e innecesaria cobró la vida de sesenta venezolanos. La desolación y el desconsuelo se apoderaron de cientos de familias caraqueñas que ofrendaron sus muertos por una causa trivial y anodina.
Historiadores relevantes coinciden en afirmar la mala disposición y falta de tino de ambas parcialidades que fueron arrastradas insensatamente por las pasiones y el desenfreno…
La ciudad de Caracas al pie del Ávila, vista desde La Carlota.
Material gráfico: www.flick.com www.obrabrecha.com www.fundacionesempresaspolar.com
http://www.lacolumnadepapel.blogspot.com/
Juan Yáñez
Esta expresión de uso tan habitual y corriente en Venezuela desde mediados del siglo XIX, tiene un histórico y preciso origen. Muchos la repiten sin conocer su verdadero motivo, aunque saben que su significado se aplica a cualquier situación de protesta pública, desorden, alboroto, enfrentamiento o cosa que se le parezca.
La ciudad de Caracas, quien desde siempre ha tenido el privilegio o la desventaja, de escenificar en su geografía muchos de los acontecimientos más trascendentales de la Historia Nacional, fue el escenario de este funesto y triste episodio ocurrido en 1859.
Fue una manifestación maligna de las pasiones de la más indigna rivalidad política. Los protagonistas no hallaron otra forma de estorbarse mutuamente que un enfrentamiento fraticida que empapó de sangre las calles de Caracas. No hubo en el suceso, ni patriotismo, ni razones de decoro, ni de decencia, ni de heroísmo por parte de los protagonistas, de uno u otro bando. Abundó la mala voluntad, la torpeza, las indefiniciones, la ignorancia y las superficialidades las que obraron para llegar a la tragedia.
Todo el acontecer se originó por el inestable e infantil comportamiento del General Julián Castro, a la sazón Presidente de la Nación que con un descaro sorprendente y caprichoso, apuntó y disparó al unísono –en sentido figurado, obviamente- a su gobierno y a la oposición. Todo ello originó una tensa situación que no fue compartida ni por propios ni por extraños.
A consecuencia de esa conducta infeliz, su propia gente liderizada por el Coronel Casas, fue quien decidió poner preso al presidente y destituirlo para posteriormente proclamar la Federación y elegir un nuevo gobierno. El coronel Casas y sus parciales decidieron formar un gobierno provisional compuesto de personalidades distinguidas entre la fuerza de los federales, decisión insólita, pues ellos eran sus adversarios políticos.
La idea no cuajó en la voluntad ciudadana, reunida en la sede del gobierno, pero sí estuvieron de acuerdo en celebrar una consulta con el pueblo. Se convocó a una asamblea popular que dio como resultado que entre los más exaltados y los menos prudentes se adueñaron del debate y eligieran a personajes enemigos del partido conservador y por supuesto antagonista de Casas y su facción.
Los mismos sediciosos, aquellos que apresaron al presidente, víctimas de su propia ineptitud, falta de capacidad de mando y sobre todo de una estupidez sin comparación posible, entregaron el mando a un nuevo gobierno constituido, que se dio en llamar “Gobierno de San Pablo”, por disponer su sede en una casa vecina a la plaza homónima de Caracas.
La situación que se generó no podía ser más complicada e insensata. Los nuevos gobernantes sorprendidos de que una manera tan absurda se hicieran del mando, se apresuraron a ejercer su gestión con una clara y radical disposición de anular a sus contrarios. Aterrados los conservadores no alcanzaban a explicarse sus propias torpezas y como salir indemnes del trance y no ser aniquilados.
Como habrán advertido, amigos lectores, se estaba escenificando un sainete y si no fuera por las víctimas que provocaría, no podía ser más grotesco y entretenido. El gobierno liberal lejos de amilanarse cobra nuevos bríos, fortaleciéndose militarmente al recibir el apoyo del general Aguado, acantonado en La Guaira quien sube a Caracas con 600 hombres bien dotados a defender la Federación.
A todo ello los conservadores consiguen que el presidente derrocado firme su renuncia y de esa manera se logra continuar el hilo constitucional al reemplazar la autoridad destituida por el designado Dr. Gual quien legalmente asume la presidencia. Sin embargo a esa misma hora de la mañana del 2 de agosto de 1859, ya el enfrentamiento se llevaba a cabo en las inmediaciones de El Calvario y hasta la plaza de San Pablo, al arribar a Caracas las fuerzas del general Aguado.
Se luchó encarnecidamente durante muchas horas sin darse tregua en ambos bandos hasta ser rechazadas luego de mucho batallar las fuerzas federales y así disolver el gobierno provisorio.
Ese fue el fin de esa trágica jornada, en que la lucha fraticida e innecesaria cobró la vida de sesenta venezolanos. La desolación y el desconsuelo se apoderaron de cientos de familias caraqueñas que ofrendaron sus muertos por una causa trivial y anodina.
Historiadores relevantes coinciden en afirmar la mala disposición y falta de tino de ambas parcialidades que fueron arrastradas insensatamente por las pasiones y el desenfreno…
La ciudad de Caracas al pie del Ávila, vista desde La Carlota.
Material gráfico: www.flick.com www.obrabrecha.com www.fundacionesempresaspolar.com
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