El misterio del hombre que cayó del cielo y se estrelló en las calles de Londres
enero 2,
2014
Publicado
en: LA PATILLA Curiosidades, Titulares
Eran las
7:30 de la mañana en Mortlake, un barrio a las afueras de Londres. No había
nadie en la calle. De repente, un hombre cayó del cielo. Como si de un
meteorito se tratara se estampó contra el pavimento, de cabeza. La policía
llegó media hora después, tras recibir la llamada de un vecino. El cuerpo se
encontraba en una posición tan extraña, y un estado tan lamentable, que los
investigadores de homicidios eran incapaces de saber que había pasado con aquel
hombre. ¿Cómo imaginar que venía de un avión?, publica El Confidencial.
Mortlake
está justo debajo de una de las vías aéreas de acceso al aeropuerto de
Heathrow. El detective encargado del caso, Jeremy Allsup, ató cabos, llamó
a las compañías aéreas y descubrió que el cadáver que tenía entre manos
era el de un polizón que había viajado en un vuelo proveniente de
Angola, escondido en el hueco que hay en el depósito donde se guardan las
ruedas tras el despegue. El momento de la caída coincidida con el instante en
que el piloto había desplegado las ruedas.
Parece
una historia más propia de una novela de ficción que de un periódico, pero el
suceso ha protagonizado la última edición de The Sunday Times, y ha puesto
al descubierto un fenómeno que pocos conocían. El caso de Mortlake no es
un hecho aislado.
Desde
1947 se han identificado a 99 polizones que han viajado en el compartimento de
las ruedas de un avión. 23 sobrevivieronEn un Boeing 777, como en el que
viajaba el polizón, queda un pequeño hueco en el compartimento donde se recogen
las ruedas en el que es posible viajar si se tiene muy poco aprecio a la
vida. Si la seguridad del aeropuerto no es la que debiera –algo que sucede
en muchos países africanos–, es posible acceder a este espacio antes de que el
avión despegue. La cavidad no es mucho más grande que un ataúd pero,
por increíble que parezca, se tiene constancia de polizones que han sobrevivido
a vuelos transatlánticos.
Desde
1947, según ha estudiado el doctor Stephen Veronneay, de la Administración Federal
de Aviación de EEUU, se han identificado a 99 personas que han viajado en la
cavidad de las ruedas, en 88 vuelos. De estos, 23 sobrevivieron. Según el
doctor Rob Chapman, el patólogo que examinó el cadáver de
Mortlake, lo más probable es que el polizón estuviera vivo cuando cayó del
avión. A lo que no sobrevivió, lógicamente, es al choque contra el
pavimento.
A tanta
altura, ha explicado Chapman, el oxígeno es reducido y hace mucho frío: el
cuerpo entra en un estado de hibernación, para no consumir tanto. Lo más
probable, en cualquier caso, es sufrir hipoxia: el estado de privación de
oxígeno que acaba provocando la muerte. Hay quien sobrevive, pues, a medida que
el avión descendiente, el cuerpo se calienta y el polizón puede recobrar la
conciencia. A juzgar por los datos, un tercio tiene suerte, el otro tercio
se estampa contra el suelo (ya que no está despierto para evitar que
las ruedas se lo lleven por delante al desplegarse) o llega cadáver a la pista
de aterrizaje.
Averiguando la
identidad del polizón
¿Quién
era el hombre que cayó del cielo en Mortlake? No tenía ningún tipo de
identificación, sólo unos billetes angoleños, uno de Botswana y una moneda de
una libra; un tatuaje, en el que se leía “ZG” y, por suerte, un teléfono móvil.
El terminal estaba destrozado, pero Allsup logró recuperar parte del contenido
de la tarjeta SIM. Entre otros un mensaje a un número de Suiza que decía
“por favor amor call me” (sic).
Sólo hay
dos cosas que pueden llevar a alguien a hacer un vuelo de ocho horas y media
junto a las ruedas de un avión: el amor o la miseriaPasaron unas semanas hasta
que Allsup logró contactar con el número suizo, pero finalmente descolgó el
teléfono una mujer con un perfecto inglés. Su nombre era Jessica
Hunt y tenía toda la información sobre el polizón, Josef
Matada, de 26 años. Su familia había contratado a Josef en su casa de
Sudáfrica pero hacía un tiempo que le había perdido la pista. Lo último
que había sabido de él es que estaba en Angola y quería viajar a Europa para
encontrar una vida mejor.
Esa es la
historia que Hunt contó al detective. Pero había algo más. Hunt y Matada
eran mucho más íntimos de lo que parecía. El redactor de The Sunday
Times, David James Smith, viajó a Ginebra para reunirse con la mujer,
y descubrió que Matada no se había metido en el tren de aterrizaje en busca de
una vida mejor, se había metido en busca de la mujer que amaba.
Aunque
Hunt mantiene que nunca tuvo una relación amorosa con Matada, se hicieron muy
amigos –“éramos como hermanos”– y huyeron de casa cuando el marido de Hunt, un
acaudalado hombre de negocios, expulsó al joven africano del servicio. Pasaron
un tiempo juntos en una casa en la playa pero pronto se quedaron sin dinero, y
acabaron en la calle. Hunt decidió viajar a Berlin, donde vivía su madre, para
pedir ayuda. Intentó por todos los medios ayudar a Matada, pero el dinero nunca
llegó a su destino. Su “hermano” africano desapareció, hasta que
encontraron su cuerpo, destrozado, en una calle de Londres. Sólo hay dos cosas
que pueden llevar a alguien a hacer un vuelo de ocho horas y media junto a las
ruedas de un avión: el amor o la miseria. Matada sufría de ambas.