Juan Yáñez
De
nuestra lejana niñez, algunas veces, surgen recuerdos que a pesar del tiempo
transcurrido lucen tan frescos como si hubieran ocurrido ayer o temprano en la
mañana. Habitualmente, la nostalgia se hace
presente y obra para que recordemos con el mayor cariño aquellos sucesos que a
través de la vida nos han dejado una huella
positiva. A propósito de ello, amables
lectores, mereció que un domingo de los
tantos que con Bruno, un amigo de muchos años, con el que acostumbramos a desayunar
en casa y a primera hora, en que nos
complace conversar e intercambiar ideas.
En aquella oportunidad, la situación
político-social o de otra naturaleza que impera en esta convulsionada sociedad,
condicionó que abordáramos el tema del valor o la valentía. Respecto a cualquiera de esas cualidades,
coincidimos que lucen tan escasas en estos tiempos, que más que virtudes
humanas, dejaron de serlo, para convertirse en una inalcanzable y suprema
dignidad, propia de los dioses.
Aquella
mañana Bruno ilustró la conversación con una anécdota acontecida en sus años
escolares. El recuerdo se ubica en el salón de clase de un segundo o tercer
grado y nos dice: En una precisa oportunidad
la maestra increpa a un alumno que se encontraba charlando con un compañero, le
expresa resueltamente y a boca de jarro: --García, tiene un cero por conversar
sin permiso. García, quien era el mejor alumno, un niño en apariencia dócil, a
más discreto, aplicado y de excelente conducta. Calló, recibió estoicamente el desproporcionado
castigo, mostró una expresión apesadumbrada,
quizás vergonzosa… y la cosa, en apariencia quedó allí.
Pero no fue así. Pasaron unos instantes… y García reacciona como
un resorte y valientemente dice: --¡Señorita, póngame otro cero…!
Se hizo un silencio absoluto, que se
podía cortar con un cuchillo… Ni la maestra, ni los alumnos, dijimos ni pío.
Luego de unos embarazosos, momentos la maestra, inmutable continuó con su
clase, su rutina y no se habló más del asunto…
Bruno acabó su relato y ambos sonreímos;
sobraban las palabras. ¿Para qué decir más?. Sin embargo en esas sonrisas
compartidas había mucho para decir y lo decía sin impedimento el silencio y en
un instante apenas.
Nos decía que…, imprescindible es el
valor, porqué si careciéramos de esa virtud, aquellos que suponen haber alcanzado un alto grado de espiritualidad, o de conocimiento, nada habrían logrado, pues el valor va aunado a la santidad o a la sabiduría.
Aceptar y callar son virtudes cuando se
asocian con la humildad, más no, cuando el miedo o el temor se enseñorean en
nuestra mente, desplazan a nuestra conciencia y entonces pecamos por omisión,
que suele ser cobardía…
Terminando la reunión, Bruno ya se
despedía y en la puerta le pregunto: --Y qué pasó con los ceros…?
--En el boletín de calificaciones de
García nunca figuró ningún cero…—Respondió Bruno, montándose en su camioneta…
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Bruno, su esposa Zaida y mi compañía, en una ocasional visita al Monasterio San José, en Güigüe, Estado Carabobo, Venezuela |