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Blog de Juan Yáñez, desde San Juan de los Morros, Venezuela....

LA FINALIDAD DEL PRESENTE BLOG ES PARA EXPRESAR IDEAS, COMENTAR LO QUE CONSIDERAMOS DIGNO DE ELLO Y HASTA PARA DECIR LO INCONVENIENTE SI FUERA NECESARIO...




LAS "CASAS MUERTAS" DE MIGUEL OTERO SILVA

    
Juan Yáñez     


Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 26 de septiembre de 2010  
                                    
El escritor Miguel Otero Silva
  Pocos escritores contemporáneos y latinoamericanos  logran  expresar con un lirismo tan apasionado, al crear una novela de características especiales donde la literatura hace transitar a los personajes en torno a una ciudad que en  su decadencia y agonía logra identificarse  plenamente y comparte sus angustias y sus penas, con sus propios pobladores en un  irremediable y fatal destino. 
En la actualidad la plaza Bolívar de Ortiz. Al fondo su iglesia.

 Es Miguel Otero Silva (1908-1985), el genial artífice de esta obra, un clásico inexcusable de la literatura venezolana que titulara  “Casas Muertas”, que se convirtiera en su mejor novela y que fuera publicada en 1955. El llano venezolano, puntal fundamental de la venezonalidad se halla en esta obra presente, amables y consecuentes lectores, y es Ortiz una ciudad llanera de nuestros más caros afectos, que por su cercanía se hermana con nuestros Morros Sanjuaneros.
La Iglesia Santa Rosa de Lima

 Hoy día, cualquier viajero que pase por Ortiz, en ruta obligada, con destino a los llanos guariqueños y también de los apureños, perdería poco tiempo y por sobre todo ganaría mucho en conocimiento y solaz, entrar a la ciudad, detenerse unos minutos para  contemplar su plaza, su iglesia y algunas fachadas centenarias, casi todas ruinosas, pero llenas de encanto y de historia.

La plaza y el busto de Bolívar en el centro.
 Su plaza que poco difiere  todas  plazas venezolanas (curiosamente aún conserva un pequeñísimo busto de Bolívar al que hace alusión Miguel Otero Silva en el libro) y los alrededores a ella, con su  grata gente, inocultablemente curiosa ante los forasteros, consonante  en todos los pueblos pequeños del interior venezolano, que se nos hacen agradables por el solo hecho de ser lo más representativo de las regiones y un reflejo espontáneo de la amable idiosincrasia de esta tierra a la que llegamos un día e hicimos de ella nuestro hogar. 
Casa otrora soberbia, hoy en ruinas.

  Ortiz, llamada otrora y con todo acierto, la Rosa de los Llanos es un pueblo olvidado, que luego de un envidiable esplendor en que llegara hasta a ser capital del Guárico, (1874-1881) la naturaleza se ensaña despiadada, -en aquellos tiempos en que transcurre la novela-  debe soportar las más ancestrales e inmisericordes pestes, el paludismo, la hematuria, una plaga que produce ulceraciones de la piel, enfermedades de todo tipo que diezman a sus pobladores y obligan a los aún conservan la  vida, a emigrar de su territorio.

 El tema político no escapa a su desventura;  una dictadura de las no pocas que hubiera el país de soportar, acrecienta e intensifica las calamidades    Otero Silva nos lo describe conmovedoramente  en su novela:
Vista desde la plaza, la casa donde bailara Bólivar.

 Aquella noche Carmen Rosa permaneció muchas horas inmóvil, a la luz de la lámpara que doña Carmelita había traído consigo. Las sombras borraron el color de las flores y el perfil de las matas, destacándose solas contra el cielo las ruinas de la casa vecina. 

Había sido una casa de dos pisos y las vigas rotas del alto apuntaban por sobre de las ramas de los árboles como extrañas quillas de barcos náufragos. Una casa muerta, entre mil casas muertas, mascullando el mensaje desesperado de una época desaparecida. Todos en el pueblo hablaban de esa época. Los abuelos que la habían vivido, los padres que presenciaron su hundimiento, los hijos levantados entre relatos y añoranzas.
Lo que quedara del antiguo cementerio.

 Nunca, en ningún sitio, se vivió del pasado como en aquel pueblo del Llano. Hacia adelante no esperaban sino la fiebre, la muerte y el gamelote del cementerio. Hacia atrás era diferente. Los jóvenes de ojos hundidos y piernas llagadas envidiaban a los viejos el haber sido realmente jóvenes alguna vez”. 

El artista e investigador histórico Napoleón Pisani
ante las ruinas de los nichos mortuorios
de la época de esplendor orticeña.
 En el presente, Ortiz es un pueblo pequeño y tradicional, con mucho de la clásica y también censurable indiferencia llanera. Tiene sí, el indiscutible encanto de que nadie está allí apurado ni estresado. En estos tiempos en donde pasear por Caracas y otras ciudades no tiene nada de la gracia de otras épocas, todavía Ortiz conserva una amable acogida en que siempre que podemos, al regreso de  los llanos, nos detenemos el tiempo suficiente para tomar algún refrigerio, estirar las piernas y disfrutar de su encanto pueblerino.
La casa donde bailara el Libertador en primer plano.

 En muchas oportunidades curioseamos lo que escondían en su interior las viejas fachadas de sus casas distinguidas y lujosas de su época de esplendor. En una esquina, frente a la plaza aún se yergue aunque algo trémula, una vieja casa de dos plantas, que según los informes de los vecinos había en ella bailado Bolívar, en una de las tantas reuniones que allí se celebraban.

Una portada de la novela.

 Probablemente sea cierto, todas esas casas están llenas de  historia que sería importante estimar, no descuidar y sí dedicarles tiempo, buena voluntad y recursos por parte de la Administración Pública, amables lectores, y así lograr -para bien de la patria, que es el bien de todos- volver a la vida y a la estima, a aquellas Casas Muertas de que nos describiera con tan cautivante inspiración, Miguel Otero Silva en su célebre novela…

Años atrás, la iglesia, las calles tranquilas y desiertas,  y  fondo el majestuoso cielo llanero

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