Juan Yáñez
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 29 de agosto de 2010
Callar y Decir son dos verbos que indican acciones antagónicas; aunque necesariamente se corresponden por su equidistancia. Tienen igual importancia y se complementan entre sí. Ambos son significativos, tienen igual peso especifico, igual masa, y se diferencian solo por encontrarse ubicados contrapuestos. Cualquiera de ellos puede ubicarse indistintamente, sea a la izquierda o a la derecha de un imaginario segmento.
Pero debemos tener claro que no es conveniente colocarlos en un mismo lugar a la vez, porque obran de la misma manera que los polos de un imán con igual identidad: se rechazan y es perfectamente lógico que así sea. En el caso de que por cualquier artilugio se lograra unirlos, sería esta unión tan inestable como ineficiente y no cumpliría un objetivo formal y sensato. Para ilustrar esta inapropiada mezcolanza viene al caso aquella comparación que usaban nuestros abuelos y que acertadamente decía: Eso no es chicha, ni limonada.
Estarían tanto el Callar como el Decir tan incómodos y preocupados por desprenderse, que sería inútil disponer de ellos con certeza. Ambos tienen una fuerte personalidad, una desarrollada autoestima y no toleran la menor ambigüedad. Están perfectamente claros y seguros de sus aptitudes. Jamás dudan de su eficiencia, de su vigencia, de su competencia. Disponen ambos, sobre todo de firmeza, son enérgicos, constantes y por supuesto no carecen de poder. Es oportuno aclarar que estamos haciendo estas consideraciones cuando estos verbos son usados por seres racionales, no por aquellos que son ambiguos y dados a confundir; es entonces que se ponen a hablar cuando deben callar y callan cuando deben hablar.
Sabemos que estos verbos existen y se emplean desde tiempos remotos, puede decirse con toda precisión que coincidió su advenimiento cuando el hombre primitivo desarrolló la facultad de la palabra y de la comunicación. Todo lo hasta aquí manifestado se considera correcto por la generalidad de las personas y sustancialmente tiene elementos coincidentes y no presenta mayores divergencias. Pero la cosa no aguanta mucho cuando hay personas a quienes les molesta que otros digan lo que ellos quieren que callen y por ello se les exacerba el ánimo.
Generalmente esto ocurre en el hogar, en la escuela, en el trabajo o en cualquier otro lugar donde alguien quiera imponer su autoridad. Del mismo modo y en igual situación, se complica la cuestión, cuando algunos nos asedian a decir lo que no queremos. Es entonces que en ambos casos se suele responder con la intolerancia y puede asimismo obrar el callar por una justificable aprensión. Ambos son demonios del mismo infierno que lejos de convivir se aniquilan entre sí, despiertan a la anarquía, inevitablemente y afortunadamente tarde o temprano la razón pondrá las cosas en su lugar.
Estos son los males que deben obligatoriamente evitarse y tratar de conciliar lo antagónico con la mayor armonía, amplitud de criterio, respeto y sobre todo con educación y buena crianza. De nada valen las mejores intenciones de acordar, si las opiniones personales de los litigantes se pretenden imponer sin tener en cuenta las reglas elementales de civilidad, cortesía, de respeto y también de aprecio y tolerancia. En nuestra vida diaria constantemente decimos y callamos. Es necesario saber en que momento y circunstancia es conveniente decir y de igual forma, callar. Hay dos populares locuciones, una que dice: El pez por la boca muere, y otra: En boca cerrada no entran moscas. Ambas frases está llena de picardía y de una innegable sabiduría.
Saber callar es una cualidad invalorable, propia del Recato, del Respeto, de la Prudencia y de la Tolerancia. Todo tiene su oportunidad y es conveniente que esta se determine con la mayor precisión posible. De la misma forma el Decir no escapa a la circunstancia ni al momento. Decir lo que se deba, es sensato, indispensable, correcto y aconsejable desde todo punto de vista. Lo que sí no es fácil de determinar cuando se deba decir o se deba callar.
En cuanto al Decir se debe tratar de comenzar por una virtud que generalmente escasea, como es la Valentía. La Valentía que está unida al Honor y que siempre debe ir acompañada por la Prudencia y el Respeto. No debe confundírsele con la Temeridad que es algo muy distinto y nada aconsejable. Aquí, sin proponerlo se nos vino al paso otro refrán y lo vamos a utilizar por lo pertinente: Lo cortés no quita lo valiente; y del mismo modo es apropiado sacar del mismo enseñanza. El Decir no debe jamás ofender, ni agredir, pero sí ser claro y perfectamente comprensible. Y aquí sin darnos cuenta llegamos a igual deducción en la aplicación de uno y otro verbo, amables y consecuentes lectores.
El Callar y El Decir requieren ambos de honestidad, Prudencia, Respeto y Valentía. Tolerar y Afrontar son los dos elementos que debemos solventar para llevar a cabo el buen uso y aplicación de ambos. Les siguen muy de cerca el disponer de la mejor buena voluntad, de sinceridad, de comprensión y de nobleza.
Material gráfico: Quino y del autor.