www.arteargentina.com Juan Yáñez |
HITLER MILLONARIO…?
A
propósito de ello, coincide la reciente publicación de un libro escrito por un
periodista alemán de nueva generación, llamado Guido Knopp y titulado “Secretos del Tercer Reich” en el que se reflejan los entretelones de los principales personajes de componían aquel poder mayúsculo, Tal
coincidencia alude Al 80 aniversario de
cuando Adolfo Hitler fuera
nombrado Canciller Imperial.
En aquel momento la República de Weimar se convirtió en
el Tercer Reich y gobernó con un único
partido, un engendro político
totalitario a más no poder, basado en el
terror y que causara la muerte de al menos 17 millones de personas, entre ellos
a 6 millones de judíos, perseguidos implacablemente y que diera lugar al
tristemente célebre Holocausto.
Tal episodio, tiene como principal
protagonista a aquel oscuro cabo del ejercito Imperial Alemán, que se convirtiera
en un pernicioso e indiscutible líder, capaz
de las más terribles tribulaciones,
ocupó su gestión, apenas 12 años en los anales de la historia.
Adolfo Hitler, quienes sus partidarios lo
endiosaban y le llamaban Der Fûhrer, el equivalente en español de
El Líder, quien todavía sigue dando espacio y oportunidad para
que se continúe publicando y que aún se investiguen hechos y circunstancias del
aquel acontecimiento, muchas ignoradas o veladas, El libro
de Guido Knopp nos muestra los alcances
de sus investigaciones acerca de algunos de los secretos del Tercer Reich que
supuestamente no fueran hasta el presente conocidos.
Allí
se aborda lo que Hitler se ocupara
siempre de mentir, tergiversar u ocultar, -siendo su practica habitual- acerca de sus orígenes familiares y otros
ignotos o enigmáticos hechos que comprometen su persona y a otros personeros
del régimen, en un sin fin de latrocinios. También se ocupa el libro, sobre la procedencia, poco difundida
del “dinero de Hitler”, de los exorbitantes
ingresos que le permitieron financiar sus acciones y sostener una vida
ostentosa. Pareciera que entre tantos
pecados que tuviera el dictador no faltaba el de la codicia, sin ser esta falta
suficientemente conocida y para muchos
novedosa, con la particularidad que dicha inmoralidad no estaba encaminada,
como se creyera, para el beneficio del de su nefasto régimen, sino para su
propio y personal peculio.
Para
ilustrar al lector sobre estas particularidades, diremos que en oportunidad de
ser nombrado canciller (eso fue a finales de enero de 1933) y que el sueldo anual
que por ese concepto alcanzaba la nada despreciable suma de casi 40.000 marcos
anuales, más 120.000, que correspondían a las dietas y gastos de
representación. A ello, Hitler haciendo
alarde de una falsa prodigalidad y aunado a un estudiado y del mismo modo falso
altruismo, renunció a cobrarlo. Todo el mundo se enteró de esa loable
determinación, que fuera anunciada por él mismo con bombos y platillos en sus
delirantes discursos, que formaran parte de su artificio propagandístico, donde
la mentira era metódica y constante. Para completar la idea y confirmar el
axioma es necesario agregar que se ocultó que tal determinación sería revocada al
año siguiente y pasara a cobrar puntualmente su sueldo y dieta.
Según cálculos de investigadores
calificados que se hicieran a espías nazis y averiguaciones del Servicio de
Inteligencia Federal Alemán, según lo afirma Knopp, la fortuna del dictador alcanzaba la cifra de
700 millones de marcos al morir. Cantidad desorbitada, si tomamos en cuenta el
valor de esa suma en aquella época, lo que nos obliga incluir a Hitler en la lista de los
millonarios históricos. Nuestro
personaje, un desmedido ególatra, dueño de
una monumental ambición, se las ingenió para hacerse de fondos
provenientes, principalmente de industriales alemanes y extranjeros de alta
posición. Para ello creó una oficina personal y privada que recibía un
porcentaje de los salarios que les eran pagados a los obreros que laboraban en
las industrias.
Entre aquellos conglomerados
industriales alemanes, como los grupos Krupp, BMW, Mercedes-Benz y otros, debieron
seguir las precisas exigencias de dinero del dictador y aunque sea difícil de
creer hasta Henry Ford, desde su feudo de Detroit, sería intimidado, vaya a uno
a saber de que manera, porque no dejaba de aportar generosamente sus dólares a
esa cuenta.
Todo ello constituía un comprometido estipendio
de carácter personal, que era totalmente ajeno a otras obligaciones que
formaban parte de la política nazi, la que funcionaba siguiendo los cánones
absolutistas del régimen. El sistema permitía el desarrollo del capitalismo, aunque reglamentando
sus actividades autoritaria y minuciosamente,
so pena de expropiaciones y por ende sus directivos o propietarios ser considerados
opositores y obviamente perseguidos.
Definitivamente, amigos lectores, un libro ameno, bien narrado, con otras
interesantes revelaciones, que conformarían al lector más exigente.