EL MIEDO, EL PÁNICO Y EL TERROR
Juan Yáñez
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 31 de julio de 2011
Tres palabras que asustan y mucho, amigos y consecuentes lectores, son simples vocablos que afirman situaciones difíciles de soportar y más aún de disimular. Sentir miedo es lo más normal del mundo y no lo podemos evitar porqué en nuestro cerebro existe un centro que regula el instinto de conservación. El creador ha pautado esa previsión porque sin ella sería imposible reaccionar ante el peligro y tomar las precauciones necesarias para proteger nuestra integridad. Humanos y animales estamos dotados de ese ingenio natural y no tiene nada de malo que reaccionemos ante una amenaza, -real o ficticia- muchas veces de manera indecorosa y hasta innoble; por ello existe esa frase que nos cabe a todos, que nos equipara, como si nos pasaran un rasero y que dice: el miedo es libre. Por ello es importante estar siempre bien plantado ante lo eventual, manteniendo la serenidad y que dominemos nuestras reacciones. De capital importancia es ser valiente sin ostentación, con benignidad, pero sin que nos falte firmeza.
Por el otro lado de la moneda está la prudencia, la mesura, el respeto, como también la habilidad para manejar situaciones que pudieran ser difíciles o peligrosas. Debemos estar siempre del lado de la avenencia y la concertación porque es más estimable apaciguar que lidiar. Un hombre probo e íntegro deberá ser apropiadamente valiente, más no temerario. La temeridad es sinónimo de imprudencia y la valentía lo es de arrojo. Para que el valor despierte, obligatoriamente deberá con la mayor inmediatez posible dominarse el miedo y alcanzar el aplomo y la entereza. El miedo es irracional, siempre mal dispone y deberá dominarse. No podemos y menos aún debemos tolerarnos un acto de cobardía que comprometa nuestra integridad, la de los nuestros, o de cualquier otro ser humano. Inclusive el mandato alcanza a todos los seres del reino animal o vegetal. En muchas oportunidades el compromiso puede llegar también hasta a los bienes materiales, si cabría defenderlos; porque ellos pueden ser obras necesarias o imprescindibles para la correcta disposición o cuidado de la vida.
No se debe ser indiferente ante los agravios o vejaciones que se cometan contra terceros indefensos o incapacitados; hasta las instituciones de justicia pueden castigar nuestra pusilanimidad o pasividad, ante cualquier agravio o delito que presenciemos o toleremos. Más aún, nuestra conciencia nos lo demandará puntualmente. Es inaceptable no proceder adecuadamente hasta para los actos de la más elemental solidaridad. No somos individuos aislados; somos parte de la sociedad toda por el solo hecho de compartir la existencia. Por ese fundamental principio aunado a los valores humanos, no debemos ser indiferentes ante hechos que sean injustos o cobardes. En algunas oportunidades nos ha tocado presenciar alguna situación inconveniente o abusiva, y el solo hecho de ser testigos nos compromete a mediar. Es sumamente sutil el límite entre lo pertinente y lo improcedente. Nuestra reacción subyace en nuestra entereza, en la amplitud de criterio y en las oportunas consideraciones. No olvidemos que en muchas ocasiones de las entrañas de cualquier mortal surge un valiente; la valentía es un don natural y potencial, propio de nuestra condición. Con ella, (la valentía) aunada a la serenidad superaremos el otro escollo que es sinónimo de miedo pero mucho más incontrolable, nos referimos al pánico. Esta sensación generalmente es colectiva y categóricamente irracional en sumo grado. Sin embargo puede controlarse despertando la racionalidad del colectivo.
Esa racionalidad será mucho más efectiva o útil cuando se haya educado y prevenido a los miembros de cualquier sociedad para las eventualidades y tragedias. Ejemplo de esta apreciación fue dada en las recientes calamidades que azotaron al pueblo japonés. La experiencia de esta nación para estas adversidades y su entrenamiento para superarlas salvó muchas vidas y redujo al mínimo aceptable la intensidad del drama. No ha sido fácil y aún hoy la situación demanda esfuerzos.
Sin duda nuevas dificultades surgirán, que se irán solucionando o previniendo y adaptando para la consecución de la vida. Solo nos queda evaluar, queridos lectores, el terror; o sea el miedo superlativo; éste se asocia con las amenazas de un peligro insuperable. En todos los tiempos hubo situaciones de extrema inseguridad por infinidad de motivos, llámense desde el temor a los ataques de tipo bélico, racial, demencial, delincuencial, social; de intolerancia religiosa, de conflictividad tribal, política y también de grupos radicales, llamados terroristas. El temor a las epidemias, a los sufrimientos, a las enfermedades, a los fenómenos geológicos, atmosféricos, a los accidentes, a la radiación nuclear (ahora en el vértice de las calamidades). Esta sensación malsana por demás, en muchos casos, causa aún más daño que el que produjera si materializara y se le conoce con el nombre de stress que corresponde a los estados de angustia. Es un enemigo oculto capaz de daños irreversibles y definitivos en la salud física y mental.. Por todo ello y para alcanzar la estabilidad emocional es necesario superar todos los miedos sean de cualquier naturaleza. La vida nunca será llana, siempre habrá dificultades que superar. Decisión, constancia, equidad, paciencia y valor serán nuestros incondicionales e inseparables compañeros para transitar por el camino de la vida….
Amables amigos, la próxima semana escribiremos la columna desde otras tierras, las que sin duda nos sugerirán nuevas anotaciones, comentarios y opiniones. Seguiremos en contacto. Pasen un feliz domingo.
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